Y, por efecto de estas circunstancias, acaso la cordonera no tuviese ya qué llevarse a la boca, porque un día suprimió la doméstica, y se lo hizo todo: desde poner el puchero, hasta el barrido de la tienda. Entonces fue cuando pudo notarse que decaía físicamente y
aprisa.
Emilia Pardo Bazán
Corrían, se empujaban; alguno rodó, maltrecho, y fue pisoteado. Se enredaban en las serpentinas al querer ir más
aprisa. Parecía que manos invisibles lanzaban las largas y frágiles cintas de papel a millares.
Emilia Pardo Bazán
Pero todas las mañanas, al dejar las ociosas plumas el esposo, una vocecita dulce y aflautada le daba una orden terminante, aunque sonase a gorjeo: -¡Ponte mis enaguas, querido Nicolás! ¡Ponte
aprisa mis enaguas!
Emilia Pardo Bazán
Corre inmediatamente a casa y tráeme un par de guantes y un abanico! ¡Aprisa! Alicia se llevó tal susto que salió corriendo en la dirección que el Conejo le señalaba, sin intentar explicarle que estaba equivocándose de persona.
¡Y vaya si la hizo crecer! ¡Mucho más aprisa de lo que imaginaba! Antes de que hubiera bebido la mitad del frasco, se encontró con que la cabeza le tocaba contra el techo y tuvo que doblarla para que no se le rompiera el cuello.
Ahora, pues, su pino era una flecha redonda, del pino llamado Blanco Pedernal, el pino de Xibalbá; puntiagudo era, pues, su juego; debía llegar aprisa a su fin y favorecer el plan de Xibalbá.
- Lo cual no supondría ninguna ventaja - intervino Alicia, muy contenta de que se presentara una oportunidad de hacer gala de sus conocimientos-. Si la tierra girase más aprisa, ¡imagine usted el lío que se armaría con el día y la noche!
Era imposible moverme y los fieros vampiros se acercaban cada vez más. El sudor, otra vez escurría por mi frente; mi corazón latía demasiado aprisa, ¡cuándo terminará esto!
El grande de España, el hidalgo, el nieto de los nobles caballeros del Cid y Ruy Blas, marcha contra la corriente, abriéndose paso a empujones, queriendo ir más
aprisa, sin saber adonde va, sin darse cuenta del lugar donde se halla.
Vicente Blasco Ibáñez
No puse lugar determinado para estos golpes: por cualquiera está dispuesto a aquello que llamamos morir, que es cuando se despide el alma del cuerpo: es cosa tan breve que no puede conocer su velocidad, ora sea apretando un nudo a la garganta, ora impidiendo el agua la respiración, ora la dureza del suelo rompa la cabeza de los que caen, o las comidas brasas corten el curso del espíritu que vuelve atrás. Sea esto lo que fuere, todo ello corre aprisa.
Era el obispo de Auriabella -que poco después falleció y ya estaba bastante enfermo del corazón- un señor bondadoso, lleno de unción y de dulzura, de esos que todo lo gastan en caridades; un verdadero pastor, humilde con dignidad, y alegre y chancero de puro limpia que tenía la conciencia; pero al venir a Illaos bajo la impresión de un hecho tan solemne, se encontraba muy conmovido; traía los ojos humedecidos, la respiración cortada y fatigosa, y aún parece que le estoy viendo en el momento en que, al divisar la choza de Juan del Aguardiente, saltó
aprisa del caballejo que le habíamos proporcionado, se descubrió y se inclinó hasta el suelo ante los padres del confesor de Jesucristo...
Emilia Pardo Bazán
Iba a abrirlo cuando de pronto recordé aquellas palabras —Nada de eso tocará, pues si lo hiciese quedaría al instante muerto— De manera instantánea quité las manos y seguí caminando más aprisa.