Si lograra herirte en medio del cuerpo con el agudo bronce, en seguida, a pesar de tu vigor y de la confianza que tienes en tu brazo, me darías gloria y a
Plutón, el de los famosos corceles, el alma.
Homero
Pronto te oprimirán las eternas sombras, los Manes de que tanto se habla y el funesto reino de Plutón, adonde así que llegues no te proclamará rey del festín la suerte de los dados, ni admirarán tus ojos al tierno Lícidas, que hoy abrasa a los jóvenes y luego abrasará de amor a todas las doncellas.
Certificando al lector que no pretendo en ello ningún escándalo ni reprehensión sino de los vicios; pues decir de los que están en el infierno no puede tocar a los buenos. Acabé este discurso en el Fresno a postrero de abril de 1608. Fin de las Zahúrdas de
Plutón.
Francisco de Quevedo
Verás los grifos, los de agudas garras Mudos perros de Jove, y los jinetes Arimaspos, monóculos, que habitan Del aurifluo Plutón en las riberas.
Cristiano, creo que vale más nuestra María llorando, nuestra severa semana santa, y las suntuosas ceremonias de nuestros templos, que la impúdica Venus, las nauseabundas fiestas Lupercales, y los vergonzosos sacrificios de Baco y de Plutón.
Y Polidamante exclamó con gran jactancia y a voz en grito: —No creo que el brazo robusto del valeroso hijo de Pántoo haya despedido la lanza en vano; algún argivo la recibió en su cuerpo y me figuro que le servirá de báculo para apoyarse en ella y descender a la morada de
Plutón.
Homero
Por remisión del señor don Juan de Velasco y Acevedo, Vicario general en esta Corte, vi un libro que se intitula, Juguetes de la niñez y travesuras del ingenio, de don Francisco de Quevedo Villegas, Caballero de la Orden de Santiago, dividido en estos tratados, la Culta Latiniparla, el Cuento de Cuentos, el Sueño de las Calaveras, la Visita de los Chistes, el Entremetido, y la Dueña, con la Caldera de Pero Gotero, las Zahúrdas de
Plutón, el Alguacil Alguacilado, el Mundo por de dentro, el Caballero de la Tenaza.
Francisco de Quevedo
Pues bien; el que en el Cielo es Júpiter; en el aire, Juno; en el mar, Neptuno; en las partes inferiores del mar, Salacia; en la tierra, Plutón...
Vulcano quieren que sea el fuego del mundo; Neptuno, las aguas; el padre Plutón, esto es, el orco o infierno, la parte terrena e ínfima del mundo.
247 Con ronca garganta ya dize: «Conjuro, Plutón, a ti, triste, e a ti, Proserpina, que me embiedes entramos aína un tal espíritu, sotil e puro, que en este mal cuerpo me fable seguro e de la pregunta que le fuere puesta me satisfaga de cierta respuesta, segunt es el caso que tanto procuro.
250 La maga, veyendo cresçer la tardança, por una abertura que fizo en la tierra: «Ecate» dixo «¿non te fazen guerra más las palabras que mi boca lança?; si non obedesçes la mi ordenança, la cara que muestras a los del infierno, faré que demuestres al cielo superno, tábida, lúrida, sin alabança. 251 »¿E sabes, tú triste Plutón, que faré?
¿Por qué causa atribuyen el cielo a Júpiter y el aire a Juno? Finalmente, si estos dos solos fuesen bastantes, ¿para qué el mar le atribuyen a Neptuno, y la tierra a Plutón?