Antes de abrir la puerta de su habitación, Erdosain volvió a disculparse por el desorden que encontraría en ella la visita, e
Hipólita, sonriendo irónicamente, le replicó: –Está bien, señor.
Roberto Arlt
«Entraré en tu casa desnuda», me dijo ella. –¡Pero si todo eso es mentira! –sentía ahora que le decía
Hipólita en su recuerdo. –Yo le creí en esas circunstancias.
Roberto Arlt
Erdosain levantó bruscamente la cabeza, e
Hipólita, como si hubiera estado pensando en él, dijo: –Vos también... vos también fuiste muy desgraciado.
Roberto Arlt
y la Ramera. A Erdosain le pareció que el alma de
Hipólita le iba esmaltando serenamente las pupilas. Tenía la certidumbre de que podía hablar de todo con ella.
Roberto Arlt
Le llevaba socorros, la convertía en su hija adoptiva y un día la huérfana hacía su presentación en sociedad; sería entonces una deliciosa joven; los hombros descubiertos entre plumones de gasa, y, sobre la limpia frente, una onda de cabello rubio concertaría con la delicadeza de sus almendrados ojos. Y de pronto una voz la llamaba: –
Hipólita...
Roberto Arlt
Cuando lo vio entrar en la curva de los entrerrieles que cubría la muralla de niebla, comprendió que se había quedado sólo para siempre en el desierto de ceniza, que el tren no retornaría jamás, que siempre continuaría deslizándose taciturno, con todas las persianas de sus vagones estrictamente cerradas. Lentamente retiró el rostro de las rodillas de
Hipólita.
Roberto Arlt
Cuando me casé tenía veinte años y creía en la espiritualidad del amor. Caviló un instante, mas no tardó en levantarse, y después de apagar la luz, se sentó en el diván junto a
Hipólita.
Roberto Arlt
–Mas como expresara duda, el Astrólogo le alcanzó los diarios del día, y, ciertamente, habían pasado dos días. Erdosain saltó de la cama pensando en
Hipólita.
Roberto Arlt
He plantado a una cogotuda, a una virgen, para casarme con una prostituta. Pero el alma de
Hipólita está por encima de todo. A ella también le gusta la aventura y los corazones nobles.
Roberto Arlt
Bueno –
Hipólita cerró las solapas del abrigo sobre su pecho y continuó–: Trabajaba como antes, todo el día, pero el trabajo se me hizo extraño...
Roberto Arlt
una ley de sincronismo estático... Ya fui dos veces a Montevideo y gané mucho dinero, pero esta noche salimos con
Hipólita para hacer saltar la banca.
Roberto Arlt
–No tiene casi senos –pensó Erdosain.
Hipólita miraba en redor; de pronto, sonriendo amablemente, le preguntó: –¿Qué es lo que usted, m'hijito, esperaba de mí?
Roberto Arlt