La joven Adela era sin duda alguna de las picantes...
¡Que con vosotras ella estaba también, con sus dorados rizos, y azules ojos, y su frente pálida y blanca!... En mis convulsos labios sonó el grito de ¡Adela!
-¡Aquí, aquí! -grita de pronto-; Fernando,
Adela, aquí... Una pareja, también de luto, entra en el reservado: la enlutada del coche los abraza, sobre el pecho de la otra mujer llora, sofocando los sollozos.
Leopoldo Alas
- VI - Que ella murió en la edad de la hermosura, en la edad de los cándidos hechizos; y cuando piense en ella veré siempre su blanca vestidura, su tersa frente y sus dorados rizos: la veré siempre bella. - VII - Morando en los espacios de la gloria tú aún vives con nosotros, pobre Adela; tú para mí no has muerto.
Pero no se da corazón que no ame, y en el día con violencia inaudita; las pasiones se han avivado con el trascurso de los tiempos, y en el siglo de las luces una pasión amorosa es siempre un volcán que se consume a sí propio abrasando a los demás. ¿Y quién es el hombre que hubiera hecho la felicidad de
Adela, se entiende, no casándose con ella?
Mariano José de Larra
Pero cuando el mundo exige sacrificios los exige completos, y el de Carlos lo fue; la víctima debía ir adornada al altar. Negocio hecho: de allí a poco Carlos y
Adela eran uno.
Mariano José de Larra
He oído decir muchas veces que suele salir de una coqueta una buena madre de familia; también puede salir de una tormenta una cosecha: yo soy de opinión que la mujer que empieza mal, acaba peor.
Adela fue un ejemplo de esta verdad; medio año hacía que se había unido con santos vínculos a Carlos; la moda exigía cierta separación, cierto abandono.
Mariano José de Larra
¿Cuánto no se hubiera reído el mundo de un marido atento a su mujer?
Adela, por otra parte, estaba demasiado bien educada para hacer caso de su marido.
Mariano José de Larra
Un joven del mejor tono fue más asiduo y mañoso, y
Adela abrazó por fin las reglas del gran mundo; el joven era orgulloso, y entre el cúmulo de adoradores de camino trillado parecía despreciar a
Adela; con mujeres coquetas y acostumbradas a vencer, rara vez se deja de llegar a la meta por ese camino.
Mariano José de Larra
Adela da asilo en su casa al herido, y una escena amorosa pone de manifiesto los sentimientos de estos dos héroes. Pero
Adela, siguiendo los caprichos de esta injusta sociedad, dice a Antony, ya vendado, que un hombre enamorado de una mujer casada no puede vivir en su casa a mesa y mantel.
Mariano José de Larra
Antony se desespera; pero para vencer a esa sociedad injusta, cuyas leyes despóticas no nos dejan vivir con nuestra
Adela aunque sea mujer de otro, se arranca el vendaje exclamando: «¿Con que estando bueno me tengo que marchar a mi casa?
Mariano José de Larra
Pero
Adela, sin duda para manifestarnos lo interesante y lo digna de lástima que es una mujer que resiste a una pasión, trata de salvarse del peligro corriendo a reunirse con su esposo, plan que lleva a cabo con resolución.
Mariano José de Larra