—Perdonen ustedes que venga tan tarde —empezó a decir; y en ese mismo momento, perdiendo de repente el dominio de sí misma, se abalanzó corriendo sobre mi esposa, le echó los brazos al cuello y rompió a llorar sobre su hombro—. ¡Ay, tengo un problema tan grande! —
sollozó—. ¡Necesito tanto que alguien me ayude!
Arthur Conan Doyle
Su caballo se había desbocado y lo había lanzado a un abismo. Tuve que regresar de inmediato y ya no pude... — Joaquín
sollozó sus acostumbrados ahogamientos y se detuvo en seco. —¡Cálmese!
Antonio Domínguez Hidalgo
Tres veces le dio en su palacio la vuelta a la cama de su mujer y de su hijo, como si fuera un altar, y
sollozó: y sintió como que el corazón se le moría en el pecho.
José Martí
Yo creí adivinar, y le dije con generosa galantería -No intentes contármela: Las historias tristes me recuerdan la mía. Ella sollozó -Hay en mi vida algo imperdonable.
Empezó de nuevo su desesperación y sollozó largamente, desgarró sus vestiduras y con sus crispadas manos se magullaba los brazos.
Moriré antes de volver a mi palacio donde no me reconocerían y donde me tomarían por un mondacarpas... Y sollozó larga, dolorosa y conmovedoramente.
Él entonces se abrazó a los pies del leproso, diciéndole: —Tres veces tuve compasión de ti; di le a mi madre que no permanezca sin hablarme. Pero el leproso no le respondió una palabra y él sollozó de nuevo y dijo: —Madre: mi sufrimiento es superior a mis fuerzas.
Un viejo y un niño, enlutado como él, le aguardaban junto a la plancha. -¡Ni casa, ni mujer! -sollozó el viajero echándose en brazos del anciano. -Queda el hijo -repuso el viejo con voz firme-.
No vio entrar a Morán; pero cuando éste le puso la mano en el hombro, levantó la vista y lo reconoció. Llevándose entonces las manos a la cara: —Mi hijita, don Morán... —sollozó, como quien pide cuentas. —Doña Asunción...
Y cuando te sentiste herido de muerte, de muerte, sí, y pronta; ¡lo has acertado!..., entonces me llamaste: «Juana, a servirme de enfermera... Juana, a darme la poción...» -¡Y lo hiciste de un modo sublime, Juana! -
sollozó él-. ¡Y fuiste una mártir a mi cabecera!
Emilia Pardo Bazán
-¡Gracias! -sollozó el cojito, contrayendo su cara con el más doloroso gesto que pueda imaginarse-. Gracias y ustedes perdonen que me vaya a todo correr, pero la viejecilla espera.
¡Qué tal! ¡Así pagas mi amor! Y sollozó inconsolable. Calló el adolescente relator. Y, al difuso fulgor de la pantalla, parecióme ver animarse a ambos lados del agitado mozo, dos idénticas formas fugitivas, elevarse suavemente por sobre la cabeza del amante, y luego confundirse en el alto ventanal, y alejarse y deshacerse entre un rehilo telescópico de pestañas.