Ya reposada, arrastrose de nuevo. La noche anterior había llovido y se había llenado de agua la juntura de dos ladrillos. La limaza creyó hallarse ante el Tajo, cuya corriente había ponderado el maestro, admiró el caudaloso río, y al pasarlo convenciose de que era un animal privilegiado, pues su cuerpo llegó a la opuesta orilla cuando aún se apoyaba en la otra.
¿Creería, si se lo jurasen, que erais, entre tanto barro y azotadas, como vais, por la cellisca, las más mimadas flores del hermoso jardín de la Montaña!» Si al llegar a la población no había llovido ni cabía temor de que lloviera ya, hacía alto la comitiva en la Alameda chica, o en el Muelle, frente al Suizo; y en cualquiera de estos dos sitios continuaba la danza hasta las once...
Aquel señor, porque ya era un señor como de treinta y ocho a cuarenta años, la quería, sí, la quería, bien segura estaba, desde que Elisa recordaba tener malicia para pensar en tales cosas; antes de vestirse ella de largo ya la admiraba él de lejos, y tenía presente lo pálido que se había puesto la primera vez que la había visto arrastrando cola, grave y modesta al lado de su madre. Y ya había llovido desde entonces.
¡Ea!, Periquillo entra con el permiso del amo, que es muy condescendiente en esto de dar convites a sus contertulios cuando, sin haber echado mano a la gran gaveta, se le entra el bien de Dios por la puerta como llovido del cielo.
Desde su cama se divisaban árboles, flores y una fuente. Había llovido, y en las hojas de los tilos brillaban algunas gotas de agua.
Han llovido sobre mis costillas muchísimos palos de la autoridad por prenunciamiento contra el mandato constituido no según mis indicaciones, y la cárcel me conoce mucho por delitos al respetive.
El buen compañero había robado uno de los caballos del quintero, y por hacernos un servicio se había puesto en camino por entre barriales espantosos, pues los últimos días había
llovido copiosamente.
Miguel Cané
-respondió Josefa-, denantes me vivían mis padres; pero ende que me faltó mi madre me han llovido desdichas y no tengo arrimo ni calor de nadie; asina es que dice bien el cante: ::Murió mi madre, ¡ay de mí!
Era por estremo hermosa, y el silencio, la soledad, la ocasión, despertaron en mí un deseo más atrevido que honesto; y, sin ponerme a hacer discretos discursos, cerré tras mí la puerta, y, llegándome a ella, la desperté; y, teniéndola asida fuertemente, le dije: Vuesa merced, señora mía, no grite, que las voces que diere serán pregoneras de su deshonra: nadie me ha visto entrar en este aposento; que mi suerte, para que la tenga bonísima en gozaros, ha llovido sueño en todos vuestros criados, y cuando ellos acudan a vuestras voces no podrán más que quitarme la vida, y esto ha de ser en vuestro mismos brazos, y no por mi muerte dejará de quedar en opinión vuestra fama .
Que cierto Señor es cosa digna de consideración ver, que espacio de ocho leguas, poco más o menos, que hay de llano de la Costa a la Sierra por una cordillera de más de mil leguas, jamás haya llovido, y que en las sierras llueva cada día.
Había
llovido fuerte allá por las montañas de Teruel: el río arrojaba en el mar su agua arcillosa fría, y todo el golfo teñíase de un amarillo rabioso, que a lo lejos debilitábase hasta tomar tonos de rosa.
Vicente Blasco Ibáñez
La madre de Clara llevando en sus brazos al desventurado niño que yace bajo esas ondas, se encerró con nosotros en la cisterna o aljibe de la casa, que era profundísimo y estaba seco a causa de no haber
llovido hacía muchos meses.
Pedro Antonio de Alarcón