Pusilánime espantajo que soñaste florecer en amistades con los trinos que en fragmentos te cercaron y al palpar tus oquedades de
hojarasca te dejaron el letargo de sus giros en el centro de tu mundo sin confín y sin inicios… Campesino espantapájaros, te sentiste poseído de grandezas y sólo descubriste la miseria de tu mundo hecho de ramas y despojos.
Antonio Domínguez Hidalgo
Por las lluvias del agosto que pasamos ahogados en el fuego del verano que aumentaba el clamor de la
hojarasca por volver a sus árboles tajados, te escribo este poema y en marcha...
Antonio Domínguez Hidalgo
Naranjos blanquecinos de diaspis; duraznos rajados en la horqueta; membrillos con aspecto de mimbres; higueras rastreantes a fuerza de abandono, aquello daba, en su tupida
hojarasca que ahogaba los pasos, fuerte sensación de paraíso.
Horacio Quiroga
Y elevándome en ritmos de ofrenda concluyó mi descenso incoloro al paraje baldío de retornos innovándome de huertos la
hojarasca detenida.
Antonio Domínguez Hidalgo
La suerte quiso que mientras el ladrón acercaba cautelosamente la
hojarasca húmeda, cuatro o cinco abejas se posaran en su mano, sin picarlo.
Horacio Quiroga
Desolado y con el mundo a cuestas, Atlas vencido, se marchita en su
hojarasca fresca y en pleno invierno se ahoga en el vacío de sus exequias...
Antonio Domínguez Hidalgo
Y empiernado a tu cuerpo que no late, te diluyo en un loco pensamiento que me disuelve en ti como un algo que no será ni viento… ni
hojarasca ni papel sepia.
Antonio Domínguez Hidalgo
Yo me sentía tigre: al amanecer me sorprendí con mi conciencia de hombre vuelta a un cuerpo completamente manchado de sangre. Gan, con la cara aplastada en la
hojarasca, dormía su hartazgo espantoso.
Roberto Arlt
La mirada con que acompañó sus palabras fue tan despreciativa y había tal expresión de desafío en sus verdes y luminosas pupilas, que el muchacho quedó un instante como atontado sin hallar qué responder; pero de improviso ebrio de despecho y de deseos dio un salto hacia la moza, la cogió por la cintura y levantándola en el aire, la tumbó sobre la
hojarasca.
Baldomero Lillo
Negras cautivas las sirven que por doquier las circundan, para su capricho esclavas, para su servicio muchas; jardines tienen abiertos de frondosidad oscura, do alegres pájaros trinan, do frescas fuentes susurran; do de los árboles altos la espesa sombra confusa, el aura abrasada templa, y el sol entolda y ofusca; donde en hamacas de seda muellemente se columpian del céfiro acariciadas que en la hojarasca murmura.
En tanto que los Estados sigan gastando todas sus energías en sus vanas y violentas ansias expansivas, constriñendo sin cesar el lento esfuerzo de la formación interior de la manera de pensar de sus ciudadanos, privándoles de todo apoyo en este sentido, nada hay que esperar en lo moral; porque es necesaria una larga preparación interior de cada comunidad para la educación de sus ciudadanos; pero todo lo bueno que no está empapado de un sentir moralmente bueno es más que pura hojarasca y lentejuela miserable.
Había algo en ella de todos los ecos que nutren de aire los cóncavos huecos, y nacen y expiran en él sin cesar; murmullo de arroyo que va entre espadañas, de ráfaga errante que zumba entre cañas, de espuma flotante que hierve en el mar: sentido lamento de tórtola viuda, rumor soñoliento de lluvia menuda, de seca hojarasca de viejo encinar; de gota que en gruta filtrada gotea, de esquila del alba de gárrula aldea, de oculto rebaño que marcha en tropel, de arrullo de amante perdida paloma, de brisa sonante cargada de aroma, de abeja brillante cargada de miel.