Ya a caballo de los siglos XVIII y XIX se pensó en adosarle una batería baja similar a la de la Torre del Zambullón, que no llegó a realizarse vista su poca eficacia por la gran altura del asentamiento.
Metíamos la cabeza bajo el agua el mayor tiempo posible para evitar la quemadura de las llamaradas que pasaban sobre nosotros, pero teníamos que respirar y así jugamos al zambullón hasta sentir el fuego alejarse.
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