El Capitán lo jugaba mejor que Angustias; pero Angustias tenía más suerte, y los naipes acababan por salir volando hacia el techo o hacia la sala desde las manos de aquel niño cuarentón, que no podía aguantar la graciosísima calma con que le decía la joven: -¿Ve usted, Capitán
Veneno, como soy yo la única persona que ha nacido en el mundo para acusarle a usted las cuarenta?
Pedro Antonio de Alarcón
uince días después del entierro de doña Teresa Carrillo de Albornoz, a eso de las once de una espléndida mañana del mes de las flores, víspera o antevíspera de San Isidro, nuestro amigo el Capitán
Veneno se paseaba muy de prisa por la sala principal de la casa mortuoria, apoyado en dos hermosas y desiguales muletas de ébano y plata, regalo del Marqués de los Tomillares; y, aunque el mimado convaleciente estaba allí solo, y no había nadie ni en el gabinete ni en la alcoba, hablaba de vez en cuando a media voz, con la rabia y el desabrimiento de costumbre.
Pedro Antonio de Alarcón
¡Sí, estaba con él; e íbamos a morir dentro de un instante! El
veneno era atroz, y Luis inició él primero el paso que nos llevaba juntos abrazados a la tumba.
Horacio Quiroga
Estas amabilidades del Capitán
Veneno y, sobre todo, el canto de la jota aragonesa, eran privilegio exclusivo en favor de la madre; pues tan luego como Angustias se acercaba a la alcoba cesaban completamente, y el enfermo ponía cara de turco.
Pedro Antonio de Alarcón
las ocho ae la mañana siguiente, que, por la misericordia de Dios, no ofreció ya señales de barricadas ni de tumulto (misericordia que había de durar hasta el 17 de mayo de aquel mismo año, en que ocurrieron las terribles escenas de la Plaza Mayor) hallábase el doctor Sánchez en casa de la llamada Condesa de Santurce poniendo el aparato definitivo en la pierna del Capitán
Veneno.
Pedro Antonio de Alarcón
No les da veneno quien no les da de beber, no los hiere quien está apartado, no los engaña quien no los aconseja: el campo de su batalla es su palacio.
Yo soy un hombre atroz, a quien nadie ha podido aguantar, ni de muchacho, ni de joven, ni de viejo, que principio a ser. ¡A mí me llaman en todo Madrid el Capitán
Veneno!
Pedro Antonio de Alarcón
El Capitán había vuelto a amostazarse al ver en escena a otra mujer; pero la relación de la gallega le impresionó tanto, que no pudo menos que exclamar: -¡Lástima que no hayan ustedes hecho esta buena obra por un hombre mejor que yo! ¿Qué necesidad tenían de conocer al empecatado Capitán
Veneno?
Pedro Antonio de Alarcón
En el primero, puro y último abrazo que nos dimos sobre el lecho, vestidos y calzados como al llegar, comprendí, marcada de dicha entre sus brazos, cuán grande hubiera sido mi felicidad de haber llegado a ser su novia, su esposa. A un tiempo tomamos el
veneno.
Horacio Quiroga
La noche que ayude a bien morir a su madre de usted, le dije honradamente y con mi franqueza habitual (para que aquella señora no se muriese en un error, sino a sabiendas de lo que pasaba) que yo, el Capitán
Veneno, pasaría por todo en este mundo, menos por tener mujer e hijos.
Pedro Antonio de Alarcón
-Pos la Paloma encomenzó a llorar como si estuviera abocaíta a morirse, y en las jieles se vio el Toño pa consolarla, y a los tres o cuatro días le estaba ella pidiendo perdón por sus alegrías de ojos con el de Chiclana, y el de Chiclana, que lo que andaba buscando era un recreo de upa, al ver la que se le venía encima, un día se largó a Ecija con un tío suyo juyéndole al calor, y desde aquel día no se le podía mentar el mozo a la Rosario sin que ésta tuviera que tomarse a escape un contra veneno.
¡Sería deshonrarme! ¡Nada! ¡Trague usted quina, señor Capitán
Veneno! ¡Los hombres deben ser hombres! Angustias, que había salido ya de la alcoba, no se enteró del arrepentimiento y tristeza que se revolcaban bajo las ropas de aquel lecho.
Pedro Antonio de Alarcón