La Madre Abadesa, con su hábito blanco, estaba muy bella, y como me parecía una gran dama, capaz de comprender la vida y el amor, sentí la tentación de pedirle que me acogiese en su celda, pero fue sólo la tentación.
En mi puesto me encontraba con un terne divertido, pegándole decidido a una jugada de taba; cuando siento se acercaba un soldao de polecía, el que a dos laos se venía, y hasta el cerco se allegó sin tapujos, y me dio un papel que me traía.
¡Valiente obstáculo!... Esas las sal- taba de un brinco. Roberto Robert, que saltó desde el almuerzo de un do- mingo á la comida de un jueves, sin tropezar siquiera con un garbanzo, no dio brinco mayor que el de las bocacalles de mi paisano.
No dejes mandado, oh Aquileo, que pongan tus huesos separados de los míos: ya que juntos nos hemos criado en tu palacio, desde que Menetio me llevó desde Opunte a vuestra casa por un deplorable homicidio —cuando encolerizándome en el juego de la
taba maté involuntariamente al hijo de Anfidamante—, y el caballero Peleo me acogió en su morada, me crió con regalo y me nombró tu escudero; así también, una misma urna, la ánfora de oro que te dio tu veneranda madre, guarde nuestros huesos.
Homero
ucho gauchaje se había juntado, en la pulpería de don Manuel Fulánez, aquel día, y todos se entretenían, jugando a la taba o al choclón, corriendo carreras y mamándose como cabras.
El Rubio pronto vio que no era por broma que el otro sacaba el cuchillo, y aunque el pretexto fuera una repentina disputa de taba, se dio cuenta de que el verdadero motivo era otro, y peleó con todo el valor, no sólo del gallo desafiado, sino también del miedoso que no puede huir.
Con su flete, muy paquete y emprendao, iba Armando galopiando pal poblao. Por otra parte: En el rancho de ño Pancho lo esperaba, la puestera, (más culera que una
taba).
Ricardo Güiraldes
Y es muy lindo ver nadando A flor de agua algún pescao: Van, como plata, cuñao, Las escamas relumbrando. ―¡Ah, Pollo! Ya comenzó A meniar
taba: ¿y el caso? ―Dice muy bien amigazo: Seguiré contandoló.
Estanislao del Campo
A nuestro politiquero se le veía paseando delante de la arquería del Portal de Botoneros, y cuando al pasar lista gri taba al alcalde: «¡José Francisco, aguador honorario!» nunca dejó de oírse la voz que contestaba: «¡Presente, señor alcalde!», y cumplido el deber dis ciplinario, se iba, paso entre paso, a su domicilio.
Ya puesto el sol divisamos una aldea india. Estaba todavía muy lejana y se aparecía envuelta en luz azulada y en silencio de paz.
En la tarde del 30 una bomba produjo la explosión del principal depósito de municiones, y como apenas quedaban per- trechos se resolvió, en junta de guerra, que el brigadier Bel- trán abandonase la plaza i ara reunirse con Cabrera, enco- mendándose al brigadier Castilla que con sólo dos compañías permaneciese entreteniendo al enemigo, y autorizándole i ara capitular cuando considerase que ya Beltrán, con su gente, es- taba libre de ser batido en la retirada.
Hicimos un largo día de cabalgata a través de negros arenales, y tal era mi fatiga y tal mi adormecimiento, que para espolear el caballo necesitaba hacer ánimos.