Hecho esto, se fueron a ver la ciudad, y admiróles la grandeza y sumptuosidad de su mayor iglesia, el gran concurso de gente del río, porque era en tiempo de cargazón de flota y había en él seis galeras, cuya vista les hizo
suspirar, y aun temer el día que sus culpas les habían de traer a morar en ellas de por vida.
Miguel de Cervantes Saavedra
Eran las noches de las perezosas y largas de diciembre, y el frío y el cansancio del camino forzaba a procurar pasarlas con reposo; pero, como no le tenía el huésped primero, a poco más de la media noche, comenzó a
suspirar tan amargamente que con cada suspiro parecía despedírsele el alma; y fue de tal manera que, aunque el segundo dormía, hubo de despertar al lastimero son del que se quejaba.
Miguel de Cervantes Saavedra
¡Cómo alivia el
suspirar!» Y es que en sus entrañas zumba la voz que apagó la tumba; ¡voz que, pese al mundo entero, siempre la oirá el corazón del gaitero, del gaitero de Gijón!
Ramón de Campoamor
Con el tiempo, y con los regalos, fue olvidando los que sus padres verdaderos le habían hecho; pero no tanto que dejase de acordarse y
suspirar por ellos muchas veces; y aunque iba aprendiendo la lengua inglesa, no perdía la española, porque Clotaldo tenía cuidado de traerle a casa secretamente españoles que hablasen con ella.
Miguel de Cervantes Saavedra
Celos son o son agravios; porque amar por sólo amar dulces efectos alcanza, y, aunque falte la esperanza, nunca obliga a suspirar.
Agradecióselo Teodosia lo mejor que supo, y procuró reposar un rato por dar lugar a que el caballero durmiese, el cual no fue posible sosegar un punto; antes, comenzó a volcarse por la cama y a
suspirar de manera que le fue forzoso a Teodosia preguntarle qué era lo que sentía, que si era alguna pasión a quien ella pudiese remediar, lo haría con la voluntad misma que él a ella se le había ofrecido.
Miguel de Cervantes Saavedra
«¡En fin, la diplomacia...!» exclamaba el Papa, volviendo a suspirar, y despidiéndose con una mirada larga y triste del amarillo foco de luz, sol con manchas de topacios y esmeraldas que imitaban un rocío.
Los rayos de la luna prestaban a la belleza de la joven un no sé qué de fantástico; y los hombres, que nos pirramos siempre por esas fantasías de carne y hueso, la echaban una andanada de requiebros, a los que ella por no quedarse con nada ajeno, contestaba con aquel oportuno donaire que hizo proverbiales la gracia y la agudeza de la limeña. Mariquita era de las que dicen: «Yo no soy la salve para
suspirar y gemir.
Ricardo Palma
Otro amorcillo lo traía, encalabrinado. La infeliz Laurentina perdió el apetito, y dio en
suspirar y desmejorarse a ojos vistas. El anciano, que no podía sospechar hasta dónde llegaba la desventura de su hija predilecta, se esforzaba en vano por hacerla recobrar la alegría y por consolarla del desvío del galancete: -Olvida a ese loco, hija mía, y da gracias a Dios de que a tiempo haya mostrado la mala hilaza.
Ricardo Palma
La inmoralidad de su vida y la odiosidad que acompañaba al nombre de su reaccionario y un tanto cruel esposo, la rodeaban de una especie de aureola diabólica: el pueblo, sobre todo las honradas envidiosas de la clase media, hablaban de la Duquesa con un afectado desprecio, como de la personificación del escándalo; pero cuando ella pasaba, donde quiera se abría calle, a veces se hacía corro, y ojos y bocas abiertos daban testimonio de la general admiración; el pasmo que causaba el prestigio de la distinción y la hermosura, suspendía en las bocas abiertas las necedades de la hipocresía y de la maliciosa envidia. Muchos con los labios entreabiertos para decir «¡qué escándalo!», acababan por suspirar diciendo «¡qué hermosura!».
Es él; pero ¿que aguarda? VII ¿Oís las hojas
suspirar bajo la leve planta de una virgen? ¿Veis flotar entre las sombras los extremos de su diáfano schal y las orlas de su blanca túnica?
Gustavo Adolfo Bécquer
Ante mí estaba una criaturilla desharrapada, negra, desgreñada, cuyos ojos hundidos, fríos y suplicantes, devoraban el pedazo de pan. Y le oí suspirar en voz baja y ronca la palabra ¡pastel!