Pero hete aquí que vuelve a ponerle una cantárida el alcalde del pueblo, una aldehuela que se ve a lo lejos, el cual alcalde gasta sotana, corbata blanca y sombrero de totorga.
Le preguntaba por su salud, le traía noticias y le hacía exhortaciones religiosas en una pequeña charla mimosa no exenta de atractivo. La simple presencia de la sotana bastaba para reconfortarla.
El menor, a quien los padres pusieron en el seminario, prefería las lindas mozas a rezos y latines, y colgó un día la 
sotana, dispuesto a no vestirse más por la cabeza.
Antonio Machado
Ade- más, Lope, que, á pesar de la sotana que vestía fué siempre muy galante, y muy cumplido, y muy obsequioso para con las damas, se negó á complacer á la incógnita huanuquefta que le había pedido escribiese un poema sobre la vida y mila- gros de Santa Dorotea, lo que era un juguete para el ingenia y facilidad del gran poeta.
Fray Ambrosio asomó en lo alto, alumbrándose con un velón: Vestía el cuerpo flaco y largo con una sotana recortada, y cubría la temblona cabeza con negro gorro puntiagudo, que daba a toda la figura cierto aspecto de astrólogo grotesco.
La sirvienta, que también se había levantado, tenía mucho miedo, agarraba al sacerdote de la sotana y le decía temblorosa: "Señor cura, no vaya allí, se lo ruego, que es un malhechor".
Fueron a ver, y casi no conocen al vicario; venía a pie, alumbrándose con una cabito de vela, sin sombrero, con la 
sotana rota, y todo él tan desempajado y tan mustio, que parecía un limosnero.
Tomás Carrasquilla
Hoy todos los curas de mi verde Erín, de mi católica y pintoresca Asturias, usan traje talar, sombrero de teja, de alas sueltas y cortas; y, a fuerza de humildad y con prodigios de obediencia, consiguen montar a caballo con sotana o balandrán, sin hacer la triste figura y sortear las espinas de los setos, sin dejar entre las zarzas jirones del paño negro.
Homais, consecuente con sus principios, comparó a los curas con los cuervos a los que atrae el olor de los muertos; la vista de un eclesiástico le era personalmente desagradable, pues la sotana le hacía pensar en el sudario y detestaba la una un poco por el terror del otro.
El seminarista se quitó la boina negra, que juntamente con una sotana ya muy traída completaba el atavío de su gallarda persona, y poniéndose rojo me saludó.
A todo esto las campanas dejaron oír su grave son, y el viejo sacristán se levantó sacudiéndose la sotana donde el gato dormitaba.
También esta utilísima prenda le ahorraba la mayor parte de las veces de ponerse los pantalones, como que le cubría hasta el suelo, semejante a una sotana, y por eso don Braulio paseaba en las noches de estío con sus dos amigos predilectos, en este sencillísimo traje; levitón, gorro de dormir encajado hasta las orejas, calzoncillos de franela, medias de lana negra y babuchas.