No pasemos la vida En llorar como imbéciles mujeres; La riqueza gocemos adquirida, Y hagamos amistad con los placeres.» Y aquí don Juan, soltando de repente Ruidosa carcajada, Que sin duda excitada Fue por recuerdo que acudió a su mente, Siguió diciendo: «Y en verdad que ahora Pillaré descuidada A mi antigua Sirena encantadora.
Y si va a decir lo cierto la chica es como una perla, y fina como un coral, aunque hay una diferencia: que perla y coral con arte, con red y estación se pescan, y aquí sucede al contrario, pues la pescadora es ella. Sirena la llama el vulgo, y en verdad, que no hay sirena ni de voz más seductora, ni en los encantos más diestra.
Tal es la Sirena hermosa con quien esta noche cenan en compañía algo libre Alarcón y su colega; y tales son las palabras que en tal punto se atraviesan entre el vapor de los vinos y el humo de la opulencia.
Pero si hay algo que me asuste más que una mujer, es una señora, y, sobre todo, una señora inocente y sensible, con ojos de paloma y labios de rosicler, con talle de serpiente del Paraíso y voz de
sirena engañadora, con manecitas blancas como azucenas que oculten garras de tigre, y lágrimas de cocodrilo capaces de engañar y perder a todos los santos de la corte celestial...
Pedro Antonio de Alarcón
En un lujoso aposento y en derredor de una mesa de viandas exquisitas y ricos vinos cubierta, sentada entre don Gonzalo y don Juan está Sirena, para ambos encantadora, mas para don Juan risueña.
En aquel mismo aposento De la casa de Sirena En que trabó don Gonzalo Con don Juan una pendencia, Tienen ahora trabada Plática amorosa y tierna La ambiciosa bailarina Y don Lope de Aguilera.
Si uno observa la historia de la humanidad, puede observar claramente que los más terribles totalitarismos que asolaron la humanidad fueron precedidos por severas crisis económicas que no dieron solución a la gente, que le quitaron la esperanza y que crearon oídos propicios para los cantos de sirena prometiendo cosas que todos sabemos que es imposible cumplir.
En tal estado se hallaban Los asuntos de Sirena Con don Lope, él visitándola Y recibiéndole ella, Cuando una noche, a deshora Y estando en sobrecena Cruzándose las sonrisas Por detrás de las botellas, En el más dulce coloquio, Del aposento la puerta Se abrió repentinamente, Y entróse don Juan por ella.
Y diciendo: «Buenas noches, Señores», y echando a tierra Capa y chambergo, sentóse Sin ceremonia a la mesa. Quedaron los tres mirándose, Descolorida Sirena, Don Juan con franco descaro Y receloso Aguilera.
SIRENA ¿Y a qué extranjero fingiros cuando extranjero no erais? DON JUAN Tu vanidad consultando, porque de lejanas tierras viniendo al son de tu fama más fácil te envanecieras.
SIRENA ¿Y a qué fingiros tan pobre, dueño de tantas riquezas? DON JUAN Para probar si podían mis particulares prendas adquirirme lo que al cabo me comprarán mis monedas.
Todo lo habemos perdido. DON JUAN ¿Pues quién es? ¿Es tu marido? SIRENA No. DON JUAN Pues justo es mi derecho. Ya viste que le propuse Para adquirirse tu amor, Azar, dinero y valor: No hay, pues, de qué se me acuse.