-dijo al mismo tiempo Angustias con suavidad, aunque con enojo-. Su vida correrá mucho peligro, si no guarda usted
silencio o si no permanece inmóvil.
Pedro Antonio de Alarcón
En esto sonó un tiro muy próximo, al que siguieron cuatro o seis, disparados a un tiempo a mayor distancia. Después volvió a reinar profundo
silencio.
Pedro Antonio de Alarcón
Algunos franceses demostraron querer contestarle; pero él, levantándose, e imponiendo a todos
silencio con su actitud, empuñó convulsivamente un vaso, y exclamó con voz atronadora: - ¡Brindo, señores, porque maldito sea mi abuelo, que era un animal, y porque se halle ahora mismo en los profundos infiernos!
Pedro Antonio de Alarcón
El resto de la frase se perdió en la distancia, y así quedó todo por algunos minutos, hasta que sonaron otra vez pasos, y oyóse al mismo hombre que decía, como despidiéndose: Celebraré que usted se mejore y tranquilice...; y a doña Teresa que contestaba: Pierda usted cuidado..., después de lo cual volvió a sentirse abrir y cerrar la puerta y reinó en la casa profundo
silencio.
Pedro Antonio de Alarcón
Tal era su terror. Al cabo de un rato de horrible
silencio, exclamó, dirigiéndose a su amo: - "Deuda"..., 285. "Crédito"..., 200.
Pedro Antonio de Alarcón
-gritó García de Paredes con tal voz, con tal actitud, con tal fisonomía, que, unido este grito a la inmovilidad y
silencio de los veinte franceses, impuso frío terror a la muchedumbre, la cual no se esperaba aquel tranquilo y lúgubre recibimiento.
Pedro Antonio de Alarcón
¿Que somos en el día de hoy? Me parece que la mejor respuesta es el silencio. Y sería bien triste por cierto que nos consoláramos de la pérdida de nuestro puesto preferente, con el poder militar, como se consolaban con su espada y sus pergaminos los incapaces que se veían desalojados por la actividad de los hombres de iniciativa y de trabajo.
—Mejor será la mazorca. —
Silencio y sentarse —exclamó el Juez dejándose caer sobre su sillón. Todos obedecieron, mientras el joven de pie encarando al juez exclamó con voz preñada de indignación.
Esteban Echeverría
Cerré, pues, nuevamente en silencio la puerta acristalada y volví a mi casa, con la firme decisión –desdeñando el ejemplo y lo que me pudiera suceder–, de no hacer negocios nunca más.
—Este es incorregible. —Ya lo domaremos. —
Silencio —dijo el juez—, ya estás afeitado a la federala, sólo te falta el bigote. Cuidado con olvidarlo.
Esteban Echeverría
Y la siniestra multitud continuaba arrastrándose, lenta, dolorosa, en una lúgubre pantomima, bajando la pendiente como un hormigueo de escarabajos negros, sin hacer jamás el menor ruido, en un silencio profundo, absoluto.
– Es su capucha la que tapona sus oídos; usted no está acostumbrado a la máscara –pensaba en voz alta De Jacquels, que había penetrado mi silencio–: Tenía pues, aquella noche, el poder de adivinar, y levantando mi dominó se aseguraba de la finura de mis medias de seda y de mi ligero calzado.