Sólo que el duendecillo no lo notaba hasta que se apagaba la luz de la buhardilla, y los melodiosos sones eran dominados por el
silbar del viento.
Hans Christian Andersen
¡Pues no faltaba otra cosa sino que se metieran los españoles a
silbar lo que los franceses han aplaudido la primavera pasada en París!
Mariano José de Larra
Se guardarán muy bien de
silbar sino cuando se les mande, o cuando venga silbando algún figurín, en cuyo caso buen cuidado tendrán de no comer, beber, dormir ni andar sino silbando y más que un mozo de mulas, y aunque fuera en Misa.
Mariano José de Larra
Señala algo deprimida, la motonave "Imperial"; pero el "Loa" la anima, con su sirena jovial. "¡Mucho valor mi amigo¡, que yo te voy a ayudar; y luego de tu despedida, ingreso con mi silbar.
ntonio el Moreno se dirigió a la mesa junto a la cual estaba el Pelirrojo, y sentándose junto a éste, no sin antes golpearle afectuosamente con una mano en el hombro, exclamó, dirigiéndose al mozo de «Los Leones», que, reclinado contra una de las cuarterolas y con los brazos cruzados sobre el pecho, entreteníase en silbar uno de los tangos más en boga: -A ver, tú, Isidoro, café pa mí y unas copas de veneno pa la compaña.
Pasó la media noche y un grupo permanecía aún esperando. Cada chasquear de las olas, cada silbar del viento les parecía un sonar de quilla o un crujir de vela.
Silbar a un francés...
Algo estridente, como si acabara de rasgarse la vieja decoración del fondo; un silbido rabioso, feroz, desesperado, que pareció hacer oscilar las luces de la sala. ¡Silbar a Franchetti antes de oírle!
En ese momento, el viento del atardecer empezó a silbar entre los olmos viejos y altos del jardín con tal ruido que tanto mi madre como miss Betsey no pudieron por menos que mirar con inquietud hacia la ventana.
En aquel momento estaba Steerforth recostado en la pared, con las manos en los bolsillos, y cada vez que míster Mell le miraba adelantaba los labios como para silbar.
Hasta hoy no les había visto... Señores, llévenme ustedes donde quieran, pero declaro que siempre que pueda vendré a silbar a ese ladrón italiano...
Mis venas palpitaban con tal fuerza que las sentía silbar en mis sienes, y mi frente estaba sudorosa como si hubiese levantado una lápida de mármol.