Por medio de un rodeo, la admiración evitaba la selva e iba a apearse de nuevo al otro extremo de ella, donde con Velazquez parecía volver la naturalidad al gobierno de las artes.
Al confuso movimiento con que en la nocturna niebla la multitud que le puebla se agita en redor de mí, paréceme esta alameda selva de sombras poblada, como la selva encantada que al Dante leyendo vi.
De tanto en tanto volvía la cabeza y le dirigía una sonrisa de señorita tímida a mi primo, que, implacable como un beduino, seguía adelante sin mirar a dere-cha ni izquierda, a no ser para lanzar una de esas malas palabras que hasta a las bestias de la
selva las obligan a enmudecer.
Roberto Arlt
VI Esmeralda de mágica hermosura Con sus lares de exótica belleza La Pedrera y su cerro cual gigante Se muestra imponente altivo y colosal, Sus ciudades emblema del progreso De la selva se levantan legendarias Cual leyenda mitológica de griegos Como Atlántida sumergida en el mar.
cejijunto por la concentración dolorosa de un pensamiento naciente, se aproximó a la hoguera encendida por el rayo en la
selva prehistórica.
Vicente Blasco Ibáñez
n torno mío abre sus hondos flancos el bosque. En mi mano está un libro: Don Quijote, una selva ideal. Ha aquí otro caso de profundidad: la de un libro, la de este libro máximo.
Ha habitado largo tiempo bajo el Himalaya, en medio de una selva ungida de silencio dentro del cual se vierte a ciertas horas la voz del gong llamando a la plegaria en la pagoda.
El olor de la selva humedecida por la lluvia, el perfume campesino de los valles, la esencia desprendida de las flores, ¿qué son sino perdida emanación del hálito divino?
Esa fantasía, vaporosa y encantada, selva escondida, empapada de armonía y de placer; santuario de la ventura, magnífico paraíso donde ir vagando es preciso tras un fantástico ser.
Claro está que él no podía confesar desde el alto de un alminar cuáles eran los motivos que le indujeron hacía tres años a refugiarse en plena
selva congolesa, donde muchos meses vivió penosamente, alimentándose con carne de elefante.
Roberto Arlt
Lluvias constantes sucedían a soles de fuego, pero yo estaba dispuesto a toda costa a entrenarme en la vida salvaje de los bosques tropicales, pues tenía el proyecto de asaltar el próximo invierno un importante banco de Calcuta y de huir a través de la
selva; mas, precisamente, para huir a través de la
selva había que conocer la
selva, estar familiarizado con sus peligros, con sus hombres, con su misterio.
Roberto Arlt
Lo oye y lo ve iluminado con las fulgentes estrellas y el resplandeciente sol de la esperanza risueña: colmado y embellecido con la imagen hechicera de su hermosa Valentina que en todas parte encuentra. A Valentina en el llano, a Valentina en la selva, a Valentina en la luz, a Valentina en la niebla.