Nos desnudamos y pusimos a
secar nuestra ropa al sol, y por primera vez desde la salida Tananarivo oímos el rugido corto, parecido al ladrido de un perro afónico.
Roberto Arlt
No cometió el error de otros hombres poderosos que, imaginando que las almas pequeñas creen en las grandes almas, se dedican a intercambiar los más altos pensamientos del futuro con la calderilla de nuestras ideas vitalicias, Bien podía, como ellos, caminar con los pies en la tierra y la cabeza en el cielo; pero prefería sentarse y secar bajo sus besos más de un labio de mujer joven, fresca y perfumada; porque, al igual que la Muerte, allí por donde pasaba devoraba todo sin pudor, queriendo un amor posesivo, un amor oriental de placeres largos y fáciles.
La gran sala que atravesamos tenía abiertas de par en par las tres puertas de su inmenso balcón; el sol entraba ya por ella, iluminando todo el larguísimo y espacioso carrejo que terminaba en la escalera; se oía el cuchareteo y hervor de la cocina que empezaba a animarse por la solemnidad del día, y se respiraba en toda la casa un ambiente especial, una atmósfera pura y embalsamada, que sólo se respira en el campo de la Montaña en las madrugadas de verano, al secar el sol el fresco rocío sobre las flores de las praderas.
Los bosques se enrarecían también al menor contacto del furibundo viento Sur que ya estaba en plena campaña para secar las panojas y madurar las castañas; los pajarillos enmudecían poco a poco y volaban errantes e indecisos; las noches crecían y los días acortaban; la naturaleza toda anunciaba su letargo del invierno, y no se escuchaba otro sonido de su elocuente lenguaje que el de los secos despojos de su primavera, rodando en confuso torbellino a merced del viento que cada día soplaba más recio.
El río que hace de este barrio de Rouen como una innoble pequeña Venecia, corría a11á abajo, amarillo, violeta, o azul, entre puentes, y algunos obreros agachados a la orilla se lavaban los brazos en el agua. De lo alto de los desvanes salían unas varas de las que colgaban madejas de algodón puestas a secar al aire.
Una mujer joven, en bata de merino azul adornada con tres volantes, vino a la puerta a recibir al señor Bovary y le llevó a la cocina, donde ardía un buen fuego, a cuyo alrededor, en ollitas de tamaño desigual, hervía el almuerzo de los jornaleros. En el interior de la chimenea había ropas húmedas puestas a secar.
Después de llorar cuanto me fue posible empecé a comprender que no conducía a nada el llorar de aquel modo, principalmente porque ni Roderich Ramdom ni el capitán de la marina real inglesa habían llorado nunca, ni aun en las situaciones más críticas. El carretero, viéndome con aquella resolución---me propuso poner a secar el pañuelo en el lomo de su caballo.
El remoto dolor de los pañuelos que aletean de adioses en la playa; las velas de cien barcos bajo el sol, que parece que un gran lirio se hubiera deshojado en la rada; las nubecillas huérfanas que entristecen los cielos con la miseria de su buche de agua; la alegría lustral del primer diente que en la frescura del pezón se clava y en la inquietud de una cabeza negra la aguja cruel de la primera cana; el alba, cuando bajo los rayos del ordeño se amanece de leche la penumbra del ánfora; el pan de trigo antes de entrar al horno; el lecho albar que está estrenando sábanas y la cuerda del patio con la ropa que ponen a secar por la mañana!… Mucho de amargo y mucho de imposible tiene...
El primero consiste en cortar hoja por hoja, las mismas que las ponen en una especie de soberado, llamado cujes, consistentes en chozones largos construidos para secar el tabaco.
Sacado del pilo, se van recogiendo las hojas, clasificándolas y formando los llamados moños, de acuerdo con el tamaño y calidad de la hoja. Luego se pone a secar bajo la sombra durante dos o tres días.
"El cartero aldeano que trae nuevas del mundo, se ha hincado en su valija. "El húmedo corpiño de Genoveva, puesto a
secar, ya no baila arriba del tejado.
Ramón López Velarde
Apolinario Gálvez, propietario de extensas huertas de cacao, ubicadas en los Sitios Paraíso y Monterrey y otros, pertenecientes a la Parroquia del Guabo, se vio obligado a buscar un lugar apropiado y amplio para secar sus abundantes cosechas de cacao.