Uno de los clérigos intervino: —Si tiene prisa por verle, con seguridad se halla paseando al abrigo de la iglesia. En aquel momento llamaron a la puerta, y el sacristán acudió a descorrer el cerrojo.
El Longaniza, prieto desparramado, de Chuquitanta. El Diablito cojo, pintado, de Hervay. El Sacristán, ajiseco, de Limatambo. El Invencible, retinto, de Bujama.
Sin duda el sacristán había pasado la noche con sus convecinos bailando al fulgor de la hoguera; pues de otro modo, según pública fama, no hubiera sido capaz de tomar la delantera al sol para abandonar el lecho.
Un caballero conozco yo que se alababa que, a ruegos de un
sacristán, había cortado de papel treinta y dos florones para poner en un monumento sobre paños negros, y destas cortaduras hizo tanto caudal, que así llevaba a sus amigos a verlas como si los llevara a ver las banderas y despojos de enemigos que sobre la sepultura de sus padres y abuelos estaban puestas.
Miguel de Cervantes Saavedra
Es que como era un chiquillo notable por su fervor y su inteligencia, el cura que le había enseñado la doctrina se fijó en él, le escogió para ayudar a misa, y de monaguillo pasó a
sacristán, y de
sacristán a una plaza gratuita en el Seminario de Auriabella...
Emilia Pardo Bazán
El marido de la siñá Pascuala anduvo a palos con el
sacristán para quitarle las llaves, y todos, hasta el alcalde y el secretario, entraron con picos, palancas y cuerdas.
Vicente Blasco Ibáñez
Era un gigante de huesos y de pergamino, encorvado, con los ojos hondos y la cabeza siempre temblona, por efecto de un tajo que había recibido en el cuello siendo soldado en la primera guerra. El sacristán, deteniéndole en la puerta, le advirtió en voz baja: —Ahí le busca un reverendo.
Tras ellos, bajo el rayo de sol que descendía por la angosta ventana, el sacristán escuchaba inmóvil, y cuando el exclaustrado interrumpía, reconveníale adusto: —¡Déjele que cuente, hombre de Dios!
Los clérigos sonreían apenas, con aquella sonrisa de catequizadores, y el sacristán, sentado bajo el rayo de sol que descendía por la angosta ventana, rezongaba: —¡No, no le dejará que cuente!
Los dos clérigos sentados delante del brasero, callaban y sonreían: El uno extendía las manos temblonas sobre el rescoldo, y el otro hojeaba su breviario. El sacristán entornaba los párpados dispuesto a seguir el ejemplo del gato que dormitaba en su sotana.
Cuando se concluyeron los oficios le mandó salir el
sacristán, a lo que le contestó: -No, no saldré; he llegado al fin al cielo y me quedo en él.
los Hermanos Grimm
Mi querido poeta y amigo: Fiebre epidémica hay ahora, en mi tierra, por escribir y publicar cartas políticas. Todos politiquean, así el sacristán como el monago, y cada cual arrima el ascua á su sardina.