El segundo interlocutor es el rufián valiente de esta cuadrilla, está por su cuenta luego que se acaba el juego tomar los naipes porque no vayan a manos ajenas y se conozca la flor y ampararlos con su braveza.
¡Qué lista! ¡Qué colección! El capitán, Elsa, Barsut, el Hombre de Cabeza de Jabalí, el Astrólogo, el
Rufián, Ergueta. ¡Qué lista!
Roberto Arlt
Pase. Le voy a presentar al
Rufián Melancólico. Atravesando el vestíbulo oscuro y hediondo a humedad, entraron a un escritorio de muros rameados por un descolorido papel verdoso.
Roberto Arlt
–pensó Erdosain–, y sin explicarse su distracción se quedó mirando el mapa de los Estados Unidos y repitiendo mentalmente las palabras que le había escuchado esa tarde al Astrólogo, mientras con el puntero le señalaba los estados federales al
Rufián.
Roberto Arlt
–¿Y a usted le resulta lógico pensar que una sociedad revolucionaria se base en la explotación del vicio de la mujer? El
Rufián frunció los labios.
Roberto Arlt
En otra oportunidad, el fraudulento hubiérale dicho algo al hombre que el Astrólogo llamaba en su intimidad el
Rufián Melancólico, quien, después de estrechar la mano de Erdosain, se cruzó de piernas en el sillón, apoyando la azulada mejilla en tres dedos de uñas centellantes.
Roberto Arlt
–Sí. –¿Quién te dio el dinero? –Un
rufián. –Tenés pocos amigos, pero buenos... Entonces, ¿a qué hora me vas a venir a buscar mañana?
Roberto Arlt
–Bueno, has tal a vista. Y antes de que Erdosain pudiera contestarle, el
Rufián tomó por una diagonal arbolada. Andaba apresuradamente.
Roberto Arlt
¿Por qué usted quiere organizar la logia? ¿Por qué el
Rufián Melancólico continúa explotando mujeres y lustrándose los botines a pesar de tener fortuna?
Roberto Arlt
Y Erdosain remiró aquel rostro casi redondo, con laxitud de paz, y en la que sólo denunciaba al hombre de acción de chispa burlona, movediza, en el fondo de los ojos, y ese movimiento de levantar una ceja más que otra al escuchar al que hablaba. Erdosain distinguió a un costado, entre el saco y la camisa de seda que usaba el
Rufián, el cabo negro de un revólver.
Roberto Arlt
XIV Genios de la igualdad, por cobardía, o piratas protervos de alto bordo, que quisieran un mundo sin porfía, sin el pater familia, como el tordo; mundo como el edén, pura ambrosía hombre cual un
rufián, feliz y gordo… ¡no desarrollan genio las mujeres, porque sin gran dolor tienen placeres!
Pedro Bonifacio Palacios
Volvió el
rufián por tercera vez a la puerta y, llamando, dijo: - Abrid, pequeñas; es vuestra madrecita querida, que está de regreso y os trae buenas cosas del bosque.
Hermanos Grimm