Sin embargo, como el sastre no era de los que dan
puntada en falso, quiso ratificación, y preguntó: -¿Es paridad de consejo o chiste do su señoría?
Ricardo Palma
La otra proeza, la costura, no dejaba tampoco de ser original: para economizar tiempo, según decía ella, como lo costaba mucho trabajo ensartar la aguja (tanto había llorado que ya no veía) ponía una hebra tan larga que gastaba por lo menos cinco minutos en cada puntada, y casi lloraba cada vez que se le enredaba el hilo, lo que naturalmente sucedía sin cesar.
Esta respuesta llevó a Loçano, el qual la dixo no tuviesse pena de nada, que, quando su ama la despidiesse, don Gregorio su señor le daría todo quanto huviesse menester; y dándola ciertos escudejos en oro, como los que los adquirían baratos, la encargó que, quando la viesse contenta, la diesse una puntada en el negocio.
-exclama por ahí algún buen chapetón celoso de las patrias glorias-: no sabiendo que España cuenta un, un Alarcón, un, ¿cómo se atreve a dar puntada en esto que llamamos buenas letras?
De coser bolsas en el Chaco, cuando fue allá plantador de algodón, Subercasaux había conservado la costumbre y el gusto de coser. Cosía su ropa, la de sus chicos, las fundas del revólver, las velas de su canoa, todo con hilo de zapatero y a
puntada por nudo.
Horacio Quiroga
Había desaparecido todo lo demás, excepto una punzada sorda, al lado izquierdo, que, de tiempo en tiempo, le advertía: Mientras bordas y coronas los filetes de carpa a la Regencia; mientras te excedes a ti mismo en la langosta a la americana, mientras te desvives por las trufas al champagne, algo que te importa mucho y te aflige mucho está sucediendo en una casa que bien conoces, en la calle de Toledo. Pero la
puntada la despreciaba.
Emilia Pardo Bazán
A cada
puntada, se figuraba lo que la iba a suceder cuando estrenase la prenda, cuando Miguel se la alabase, cuando por ella se encandilase el amor...
Emilia Pardo Bazán
Peggotty, mientras hubo luz, remendaba una media, y después continuó con ella metida en una mano, como si fuera un guante, y la aguja en la otra dispuesta a dar una puntada cuando el fuego lanzase un resplandor.
Por buen sastre, que en conciencia disto mucho de serlo, rae ha tenido usted al revelar, en el último párrafo de su ar- tículo, el deseo de que dé una puntada: deseo que satisfago, no con humos de maestro sastre, sino con la hunuldad de zur- cidor ó remendón, que es casi tanto como ser buen cristiano.
A este prójimo lo destinamos para mártir del Japón. Valiéndonos de un refrán popular que sintetiza nuestras convicciones, diremos que los jesuítas no dan puntada sin nudo.
Se tumbaba boca abajo en una cama, yo me sentaba entre sus piernas, armada de una aguja y un trozo de hilo grueso encerado y le cosía exactamente el ano todo alrededor y la piel de esa parte estaba tan endurecida y tan acostumbrada a las puntadas que mi labor no hacía manar ni una gota de sangre. Él mismo se masturbaba durante todo el tiempo y eyaculaba como un diablo a la última puntada.
Cada pliegue, cada puntada de aquel talismán patrio, representaba un pensamiento, una aspiración, un suspiro de María, cuyo corazón había tomado tanta parte en la labor de su aguja que quedó como si hubiera subido la falda de una montaña, y se arrojó sobre el sofá en donde de nuevo se sumergió en sus reflexiones.