El color y contrastes de los fusiles y sus picas son: Picas color Gris Plateado, Fusiles color Café de acuerdo a la imagen oficial.
Allí estaban los Kaatskill; a una cierta distancia corría el plateado Hudson; cada colina y cada valle se encontraban precisamente donde debían estar.
Al mirar las aguas, quedó de repente asombrada; le había parecido ver moviéndose en ellas, un ser vivo, lindo, al parecer ágil, plateado.
Sumaj pudo coger aquel día un pez y lo trajo a Inquill, fresco y vivo, viscoso, con su plateado lomo y sus enormes ojos redondos.
Dice el hombre que cuenta la historia Que en la noche dormida se oyeron Tremolar plateado de alas Que en sus ondas llevóse el silencio.
La colina desciende suavemente hacia un plateado lago rodeado de árboles, entre los cuales se distinguen a lo lejos las montañas que bordean el Hudson.
Bajo la calma del cielo plateado el campo emanaba tónica frescura que traía al alma pensativa, ante la certeza de otro día de seca, melancolías de mejor compensado trabajo.
Sobre su cabeza grandes masas de nubes oscuras corrían empujadas por un fuerte viento del septentrión, en las cuales el
plateado disco de la luna, lanzado en dirección contraria, parecía penetrar con la violencia de un proyectil, palideciendo y eclipsándose entre los densos nubarrones para reaparecer de nuevo, rápido y brillante, a través de un fugitivo desgarrón.
Baldomero Lillo
Hoy también él salta sobre su caballo árabe, Y su camino, como el de una flecha, lo lleva al desierto Que bajo la luna llena brilla
plateado - Él ve en la lejanía a su soberbia María, Y el viento suena en los bosques con voz tierna y débil.
Mihai Eminescu
En cada sala, una virgen de yeso policromo, entre marchitas flores y hojas de papel plateado, símbolo de ese rezo monjil, gangoso y formulista, recuerda que las detenidas están sujetas a un régimen maternal y religioso.
Detrás de unas pajas de penacho plateado, están escondidos, echados de barriga, tres terneros, recién llegados en este mundo de penas; el pelo como terciopelo, liso, lustroso, brillante; los ojos como grandes perlas de azabache; el pescuezo tendido en el suelo, no se mueven, convencidos de que nadie los ve, pues sus madres los han dejado ahí, con recomendación estricta de no moverse, ni seguir a nadie; y aquí están, y no se mueven.
Mientras tanto, el oficial, tomando la delantera, se presentaba en el rancho, la diestra arrogantemente asentada en el cabo plateado del rebenque, y, después de un «Ave María» medio seco, se apeaba con don Luis y el milico, entre media docena de perros que los miraban de rabo de ojo, erizando el pelo y enseñando colmillos amenazadores, a pesar de los gritos de: «¡Fuera, fuera!» que les dirigían todos los miembros de la familia, mujeres viejas y jóvenes, muchachos y niños, y de los rebencazos que hacía el ademán de sacudirles el respetable patriarcal jefe de toda esa chusma.