Alphonse, que comprendía mejor el francés que el latín, me guiñó un ojo con picardía como preguntándome: ¿Y usted, parisino, comprende?
Pcro ella, cuya innata picardía fue excitada y exasperada con tan merecida afrenta, recurrió a su refinada astucia y a los ardides propios de su sexo.
Porque si Buenos Aires es tiranizado, lo seremos nosotros precisamente y cuanto se diga en contra no es ignorancia, es picardía; 4ª.
Tenía las pestañas muy largas; me miró fijamente y me mostró la lengua bajo la calva encía, con una picardía de granuja que dice: "Qué me verá esta gente?" Tuvo hambre.
Pero después el ruido de las ruedas la deprimió y sintió pena por el agua que había dejado en la fuente del hotel; recordó la noche en que estaba sucia y llena de hojas, como una niña pobre, pidiéndole una limosna y ofreciéndole algo; pero si no había cumplido la promesa de una esperanza o un aviso, era por alguna picardía natural de la inocencia.
Pero yacen allí “estrellados”, con un designio maldito; de asumir esta palabra, en ambos sentidos, implícitos. Dejando en ello escapar, las ilusiones y picardía; y aquel temple forjador, que eran su sello de vida.
Convencido maese Goubard, a lo largo de seis años, de la perfecta honestidad y del excelente carácter de su dependiente y habiendo advertido además entre su hija y el muchacho cierta inclinación muy virtuosa y severamente contenida por ambas partes, había decidido unirlos el día de San Juan Bautista y retirarse luego a Laon, en Picardía, donde poseía algunos bienes de familia.
-¡Ya ve usted! Intrigas. -¡
Picardía! -Conque yo quisiera que no sucediese otro tanto con la traducción ésta y la tragedia. El segundo objeto que nos trae es el de que usted le dirija, dándole algunos consejos a mi Tomasito, porque yo ya le he dicho que no debe limitarse al teatro...
Mariano José de Larra
Lo único que le sublevaba, como una iniquidad de la suerte, como verdadera
picardía del destino, era no saber aún lo que es un paseo en tranvía, por las calles de Madrid, viendo, al través de los vidrios, desfilar las casas lujosas, las tiendas, los árboles...
Emilia Pardo Bazán
Después de haber hecho todo tipo de largos e increíbles trámites burocráticos (creí que sólo en nuestro país reinaba la sandez tortuguista), por fin recibí la autorización de efectuar este curioso propósito y como consecuencia emocionante, hoy me encuentro en la gigantesca casa, toda una fortaleza, de esta famosa mujer, quien, por supuesto, me ha recibido con esa misteriosa sonrisa que oscila entre la burla y el placer; displicente conciencia sarcástica de adivinar lo que de ella se dice y de disfrutarlo rebosando de picardía.
VIII EL PAPlROTAZO Estando así las cosas sucedió que una tarde –era el día doce o trece, desde luego un jueves–, Eustaquio cerró su tienda temprano, cosa que él no se habría permitido de no estar ausente maese Goubard, que había marchado la víspera para visitar su hacienda de Picardía, porque pensaba instalarse allí tres meses más tarde, cuando su sucesor estuviese sólidamente establecido y mereciese plenamente la confianza de los demás mercaderes.
Y sus exquisitos chocolates, nos brindaban la ocasión; de subirnos a un “Trencito”, de sabrosa ensoñación. Continuaba esta fantasía, de competición golosa; tentándonos con picardía, una legendaria "Costa".