El Niño, que comprendió que algo que no eran parneses era lo que buscaba allí el chaval, encomenzó a tirar a la barda, pero como tenía de cara la suerte aquel día, pos a la media hora no le queaba al Chiquito por perder más que el terno que llevaba.
-Pos lo que le pasó fue que entre los muchos hombres que le tiraron los chambeles a la Rosarito, uno de ellos, un tal Curro el de Chiclana, que era un chavalillo la mar de gracioso, empezó a ganar terreno, y la Paloma que tenía güen fondo y güena voluntá a su hombre, encomenzó a ponerse cavilosa y a perder la alegría...
Pero después de
perder una mañana entera en cuclillas raspando cacerolas quemadas (todas se quemaban), optó por cocinar-comer-fregar, tres sucesivas cosas cuyo deleite tampoco conocen los hombres casados.
Horacio Quiroga
Caminan empinados por la piel, y de pronto la perforan con gran rapidez, llegan a la carne viva, donde fabrican una bolsita que llenan de huevos. Ni la extracción del pique o la nidada suelen ser molestas, ni sus heridas se echan a
perder más de lo necesario.
Horacio Quiroga
Y si después de haber tenido estos conocimientos no llegáramos a olvidarlos nunca, no solamente naceríamos con ellos, sino además los conservaríamos toda nuestra vida; porque saber no es más que conservar la ciencia que se ha adquirido y no perderla, y olvidar, ¿no es perder la ciencia que antes se tenía?
Cogí, pues, estos libros con el mayor interés y empecé su lectura lo más pronto que me fue posible para saber cuanto antes lo bueno y lo malo de todas las cosas; mas no tardé mucho en perder la ilusión de tales esperanzas, porque desde que hube adelantado un poco en la lectura vi un hombre que en nada hacía intervenir la inteligencia y que no daba razón alguna del orden de las cosas, y que en cambio sustituía al intelecto por el aire, el éter, el agua y otras cosas tan absurdas.
-No se había ésta equivocado; la carta era del Zorzales, carta en que éste la decía que no se inquietara, que al llegar a Faraján habíase encontrado con que el Reondo estaba en uno de sus cortijos y que como no era cosa de perder el viaje, había decidido esperarle, lo cual le hacía tener que prolongar su ausencia durante dos o tres días.
Este sentía que una profunda inquietud aceleraba el latir de su corazón al pensar que un mal encuentro le hiciera perder los dos pequeños fardos de sedería amarrados a las ancas de su Careto, y con ellos el codiciado mantón y las dos magníficas arrancadas de oro y diamantes que rabiaba ya por ver adornando las casi invisibles orejas de su Rosalía.
A Joseíto, aferrado con mano crispada a las crines y al atajarre, sin perder felizmente los estribos y apoyándose en las cargas sujetas a la grupa, antojábasele aquello una pesadilla; un dolor vivo y taladrante parecía penetrar su costado; además, la sangre empapaba su camisa.
Pero si hay algo que me asuste más que una mujer, es una señora, y, sobre todo, una señora inocente y sensible, con ojos de paloma y labios de rosicler, con talle de serpiente del Paraíso y voz de sirena engañadora, con manecitas blancas como azucenas que oculten garras de tigre, y lágrimas de cocodrilo capaces de engañar y
perder a todos los santos de la corte celestial...
Pedro Antonio de Alarcón
Cogió la madre a su hijo, va con alma, y apretándolo contra un corazón que saltaba de miedo y de ilusión ardorosa, entró con él por los senderos del paisaje. Corría, como si en tal momento no se pudiese
perder minuto.
Emilia Pardo Bazán
Ella, con el tono de un perfecto sofista, me contestó: -No lo dudes, Sócrates, y si ahora quieres reflexionar un poco acerca de la ambición de los hombres, te parecerá poco de acuerdo con estos principios, a menos que no pienses en lo muy poseídos que están los hombres del deseo de crearse un nombre y de adquirir una gloria inmortal en la posteridad, y que este deseo, más aún que el amor paternal, es lo que los lleva a afrontar todos los peligros, sacrificar su fortuna, soportar todas las fatigas y hasta perder la vida.