Ni te debes persuadir a que quien se atrevió a tanto, se mudará con el perdón: sabe que los que consumieron la misericordia, no tienen más que aguardar.
Gastaré pocas palabras, y haré gastar poco tiempo. Este ahorro de tan preciosa porción de la vida me negociará perdón, si no me encaminare alabanza.
con las caricias que eran tan mías. Que fue un error… Lo has comprendido. Pides perdón… Me siento tibio. Que si no vuelvo pierdes la vida.
- graznó el Loro, con un escalofrío. - Con perdón - dijo el Ratón, frunciendo el ceño, pero con mucha cortesia-. ¿Decía usted algo?
Mas ¿qué hablo yo de nombre y de fortuna?, si su misma virtud y sus talentos serán en estos malhadados días un crimen sin perdón...
El tirano se ató una soga al cuello, recorrió descalzo las calles de la ciudad, pidiendo
perdón a los habitantes, y, apoyado en un bastón, se alejó lentamente.
Emilia Pardo Bazán
Porque las fieras de una misma especie no se devoran unas a otras. ¡Ah! ¡
Perdón!... No sé lo que me digo.¡Caballeros, alguno de ustedes será padre!...
Pedro Antonio de Alarcón
Pido perdón al Honorable señor Cruchaga y a esta Lta Corporación por estas dudas irreverentes pero, en verdad, no atino a explicar dentro de las normas universalmente conocidas de Derecho Público la grave afirmación en mi contra, emitida por el Honorable señor Cruchaga, cuando dice así: “El Senado ha tenido el triste privilegio de presenciar uno de los hechos más insólitos ocurridos en la historia de Chile.
Por donde pasaba Avila Camacho sólo había madres, esposas e hijas agradecidas por el perdón otorgado a sus familiares por el tezuitleco ilustre.
-Pos la Paloma encomenzó a llorar como si estuviera abocaíta a morirse, y en las jieles se vio el Toño pa consolarla, y a los tres o cuatro días le estaba ella pidiendo perdón por sus alegrías de ojos con el de Chiclana, y el de Chiclana, que lo que andaba buscando era un recreo de upa, al ver la que se le venía encima, un día se largó a Ecija con un tío suyo juyéndole al calor, y desde aquel día no se le podía mentar el mozo a la Rosario sin que ésta tuviera que tomarse a escape un contra veneno.
Cansado de vagar sin rumbo, sudoroso de pavor, me recliné y arrodillado pedí perdón por el Venadito de la Paz y suplicaba clemencia para cesar este tremendo castigo eterno.
El mundo se le venía encima: ¡lo que adivinaba era tan grande, tan increíble! Quería pedir
perdón, disculparse, explicar..., pero la garganta se resistía.
Emilia Pardo Bazán