La historia contemporánea sólo nos habla de dos barberos afortunados: el del rey don Miguel de Portugal, que por la suavidad de su navaja y otras habilidades, mereció del soberano el título de marqués de Queluz, y el famoso Jazmín, tan eximio poeta como habilidoso
peluquero, cuyos versos arrancaron a la pluma de Carlos Nodier los más entusiastas elogios.
Ricardo Palma
Con la tenacilla hizo asombros. Onduló su pelo como hiciera un
peluquero, no sin haberse recortado antes un flequillo, que atusó con pomada.
Emilia Pardo Bazán
—Un fúnebre aspirante de tu negra barcaza a pasajero, que al lago irrebogable se aproxima. —¿Razón? —La ignoro. Ahorcóme un
peluquero. —(Todos pierden memoria en este clima.) —¿Delito? —No recuerdo.
Antonio Machado
El derecho es inmanente y consubstancial de... .............................. -¿Quién es ése? -Ruiz el
peluquero. .............................. -¡Fósforos y cerillas!
Pedro Antonio de Alarcón
Todas aquellas almas torcidas, que habían rechazado la cuerda y el rodrigón para el propio crecimiento, se sometían humildes a las tijeras y a la navaja niveladora del peluquero.
Los demás vivientes del primer patio eran brevemente y sin retrato, un francés peluquero, un agente de frutos del país, un matrimonio empleado en una casa de comercio y un repórter de un diario de la mañana.
Nuevamente se desparraman los vascos, buscando campo más lejos, unos; quedándose otros en los mismos parajes, pero ya teniendo que pagar arrendamiento, muchas veces a algún tendero, peluquero o bolsista, que en su...
Al fin, hallose con la horma de su zapato en una honradísima muchacha que lucía una carita de muy buen ver, recién casada con un bravo mozo andaluz, carpintero de oficio y que no aguantaba moros en la costa. «La gracia del
peluquero -dice un refrán- está en sacar rizos de donde no hay pelo».
Ricardo Palma
Emma se acicaló con la conciencia meticulosa de una actriz debutante. Se arregló el pelo, según las recomendaciones del peluquero, y se enfundó en su vestido de barés26, extendido sobre la cama.
Quería mandar preso al
peluquero, que ante aquella amenaza quedó estupefacto; pero la denuncia surtió su efecto, porque, para que no nos pegaran más (y lo decía sinceramente), nos hizo abandonar el atrio.
Miguel Cané
Mejor transformaban ellas a las bestias, que los más diablescos conjuros. ¡Sabio peluquero de solípedos, Telaraña! De un caballo moribundo, añoso, lleno de alifafes, sacaba un potro cuatreño, capaz, aparentemente, de sorberse las leguas.
De vez en cuando, la puerta de una taberna hacía sonar su campanilla, y cuando hacía viento se oían tintinear sobre sus dos vástagos las pequeñas bacías de cobre del peluquero, que servían de insignia de su tienda.