Se abrió sobre el
pasillo ancho, sombrío y glacial, por el cual avanzó a tientas la loca, guiada por un débil reflejo, una raya de claridad lejana.
Emilia Pardo Bazán
Mordía la almohada, para no gritar. En las casas pequeñas, la queja no puede ser ruidosa. Al otro lado del
pasillo dormían sus padres... ¡Sus padres!
Emilia Pardo Bazán
as dos hermanas se encontraron en el estrecho
pasillo; casi se tropezaron, y se dieron un beso, siendo de cariño a pesar de lo tristes que estaban.
Emilia Pardo Bazán
En el
pasillo, voces frescas de criaturas entonaban el villancico familiar: había nacido un Niño, blanco, rojo y colorado; un Niño que salvaría al mundo...
Emilia Pardo Bazán
A la puerta, en el
pasillo, esta madrugada, cuando tuve que levantarme a llamar a la camarera, que no oía el timbre, estaban unas botas de hombre elegante».
Leopoldo Alas
Una mano calenturienta y recia cogió por el brazo a la niña, la desvió con violencia y, arrastrando, la sacó del palco al
pasillo.
Emilia Pardo Bazán
Durante el tercero, mi vecino no volvió un instante la cabeza. Pero antes de concluir aquél, salió por el
pasillo lateral. Miré al palco, y ella también se había retirado.
Horacio Quiroga
Me levanté entonces, atravesé las butacas como un sonámbulo, y avancé por el
pasillo aproximándome ella sin verla, sin que me viera, como si durante die años no hubiera yo sido, un miserable...
Horacio Quiroga
Se abrió un pasillo a través de la muchedumbre apesadumbrada y temblorosa y se lanzó al altar y apuñaló al santo padre que había comenzado a ofrecer el divino sacrificio.
Un papel amarillo canario, orlado en la parte superior por una guirnalda de flores pálidas, temblaba todo él sobre la tela poco tensa; unas cortinas de calicó blanco, ribeteadas de una trencilla roja, se entrecruzaban a lo largo de las ventanas, y sobre la estrecha repisa de la chimenea resplandecía un reloj con la cabeza de Hipócrates entre dos candelabros chapados de plata bajo unos fanales de forma ovalada. Al otro lado del pasillo estaba el consultorio de Carlos.
Pisando gente entró la pareja, y el viejo pasó a empujones de banco en banco, abofeteando a todos con su capa caída y contestando con desesperados manoteos a los insultos y amenazas, mientras que el público rompía a aplaudir estrepitosamente, para animar a Franchetti, que había interrumpido su canto. En el pasillo detuviéronse el viejo y los guardias, respirando ansiosamente, magullados por el gentío.
Era lo que había rebosado de la bebida de los extraños enmascarados, sin bajar al estómago. El suelo estaba encharcado, verdaderamente. Un río de champán serpenteaba hasta el
pasillo...
Emilia Pardo Bazán