—Si se trata de algo que requiere mi reflexión —observó Dupin, absteniéndose de dar fuego a la mecha—, lo examinaremos mejor en la oscuridad.
En torno a él se extiende un muro de bronce y una oscuridad de tres capas envuelve su entrada; encima además nacen las raíces de la tierra y del mar estéril.
La canoa se deslizaba costeando el bosque, o lo que podía parecer bosque en aquella
oscuridad. Más por instinto que por indicio alguno Subercasaux sentía su proximidad, pues las tinieblas eran un solo bloque infranqueable, que comenzaban en las manos del remero y subían hasta el cenit.
Horacio Quiroga
Es difícil, porque muchos especulan, porque muchos están agazapados y muchos esperan que todo fracase para que vuelva la oscuridad sobre la Argentina y está en ustedes que nunca más la oscuridad y el oscurantismo vuelvan a reinar en la Patria.
Y recomenzaban otra vez, grandes, aisladas y calientes, para cortarse de nuevo en la misma
oscuridad y la misma depresión de atmósfera.
Horacio Quiroga
El Conejo se llevó un susto tremendo, dejó caer los guantes blancos de cabritilla y el abanico, y escapó a todo correr en la oscuridad.
En un abrir y cerrar de ojos los hombres se extraviaron. Una espesa
oscuridad se extendió por la urbe y la luz se extinguió entre las tinieblas.
Antonio Domínguez Hidalgo
Cientos de foquillos multicolores, collares titánicos, flotan en el vacío entre cánticos de sopranos infantiles y apócrifos que ululan sus campanas de Belem... Y hay tanta luminosidad que la noche se hace día... la
oscuridad se desvanece... la tristeza se diluye...
Antonio Domínguez Hidalgo
Mas a pesar de todos los artilugios, y aunque vestida circense de gasneones guerrilleros en movimientos repetitivos, la oscuridad terminó por envolver tajante e imperturbable a la ciudad rebelde.
Las enredaderas huyeron como aparecieron y me dejaron libre… Un zumbido principió a despuntar el silencio y su ruido en creciente fue escuchándose cada vez más cercano. En la oscuridad, a lo lejos, se vislumbró una plétora de luces que venían hacia a mí.
Antes no se habían oído leyendas de ninguna clase, e incluso en la remota época de las brujas aquellos bosques occidentales no fueron ni la mitad de temidos que la pequeña isla del Miskatonic, donde el diablo concedía audiencias al lado de un extraño altar de piedra, más antiguo que los indios. Aquéllos no eran bosques hechizados, y su fantástica oscuridad no fue nunca terrible hasta los extraños días.
La figura de Cristo se oculta un instante; densas tinieblas suben de la tierra y caen del firmamento, reuniendo sus crespones. El Pontífice siente miedo: la
oscuridad le ciega, y entre aquella
oscuridad vibran maldiciones y palpitan sollozos.
Emilia Pardo Bazán