Al
oir estas palabras, pronunciadas con esa enérgica entereza que sólo pone el cielo en boca de los mártires, Daniel, ciego de furor, se arrojó sobre la hermosa hebrea y derribándola en tierra y asiéndola por los cabellos, la arrastró, como poseído de un espíritu infernal, hasta el pie de la cruz, que parecía abrir sus descarnados brazos para recibirla, exclamando al dirigirse a los que los rodeaban: —Ahí os la entrego; haced vosotros justicia de esa infame, que ha vendido su honra, su religión y a sus hermanos.
Gustavo Adolfo Bécquer
Siguió un largo silencio, y Alicia sólo pudo oir breves cuchicheos de vez en cuando, como «¡Seguro que esto no me gusta nada, señor, lo que se dice nada!» y «¡Haz de una vez lo que te digo, cobarde!» Por último, Alicia volvió a abrir la mano y a moverla en el aire como si quisiera atrapar algo.
Yo, aturdido por el caos ambulante, casi ni escucho, me ato a un común adormecimiento... como todos los que van en este viaje, sin
oir tantas sirenas deambulantes.
Antonio Domínguez Hidalgo
Los que vivis de alcázares señores, Venid, yo halagaré vuestra pereza; Niñas hermosas que moris de amores, Venid, yo encantaré vuestra belleza: Viejos, que idolatrais vuestros mayores Venid, yo os contaré vuestra grandeza; Venid á oir en dulces armonias Las sabrosas historias de otros dias.
Si mi honor empeñado ahora por la conducta maligna del señor Sarratea hace oir el grito de mi defensa, mi honradez nivelará mis pasos consiguientes, sin envilecerme jamás.
corramos mas atentos Con su memoria nosotros El velo que osaron otros Negar á sus sufrimientos! Corrámosle, que en verdad Le necesita y bien doble Para oir siendo tan noble Cual la acusan sin piedad.
Sobresaltóse advertida Y asió por dentro el cerrojo Tal vez temió por su vida Que no hay precaucion perdida Del rey contra el fiero enojo. Dieron cautelosamente Dos golpecitos por fuera, Mas doña Luz cautamente A oir aguardó prudente La voz del de la escalera.
yo creo que es un estímulo; un estímulo salir, tener la oportunidad de saludar a la gente, de platicar un poco con la gente, de interactuar también, incluso en los actos formales, donde escucha uno representantes de campesinos, de obreros, de empresarios, de organizaciones civiles; oir puntos de vista y eso es un gran estímulo para mi ¡verdad!
Aquello fué ya cosa de taparse los oídos con algodón feni- i; cado, para no oir las palabrotas que vomitaron las de Mora, de Alvarado, de Barbarán y de Montúfar, olvidadas por completo de la reverencia debida al lugar en que se hallaban.
Sabido es que las personas de copete compraban el derecho de oir misa en casa y de mantener capellán rentado, amén de otros privilegios como los que tuvo el marqués de la Bula, y que han servido de tema para una de nuestras tradiciones precedentes.
Este atropello tan burdo y cobarde ejercido en una mujer, a la que por pura deferencia se le admiten dos colchas en la prisión, viene a dar de lleno en el espíritu apocado de muchas ilusos, que, cantando la vieja y temblorosa salmodia del orden y la paz y el respeto a la legalidad, esperan que la tiranía les hiciera gracia de todo maltrato y premiara su pasivismo con la libertad cuya conquista temen emprender digna y virilmente. El desencanto brutal hace
oir su voz agria a los pobres bebés que todo lo veían de color de leche.
Práxedis G. Guerrero
En mi opinión, el libro de Terralla titulado El Sol en el Mecio día escrito en 1790 para las fiestas reales de Carlos IV, trae la más curiosa de las pinturas que, hasta en- tonces se hubieran escrito sobre corridas de toros. Por real cédula de 6 de Octubre de 1798, se mandó que las corridas fuesen en lunes, pues la autoridad eclesiástica creía que, por celebrarlas en domingo, dejaba mucha jgente de oir misa.