Brunetti, cuya verdadera vocación era la cirugía, pero que acosado por el hambre, había llegado a vivir del cornetín (un cornetín estridente que tocaba el pobre napolitano con todo el furor de los rencores de su vocación paralizada), Brunetti se había dedicado al fin a componer música para óperas y dramas líricos, considerando que las partituras se parecían unas a otras hasta la desesperación del pobre instrumentista, y que vista una ópera, estaban hechas todas.
Dos culebrinas de bronce y una lombarda de hierro, son toda la artillería para tan terrible empeño. Don César
Napolitano, caudillo bizarro y diestro, y el capitán Papacodo vienen a su frente puestos.
Ángel de Saavedra
Exaltada por su indiferencia, pues el hombre debía de estar habituado a esas escenas y prefería ser insultado a perder sus beneficios, la mujer vociferó: —No le haga caso, señor, ¿no ve que es un
napolitano ladrón?
Roberto Arlt
Con todo, el napolitano, a los pocos meses, se ha vuelto tan compadre, que podría ser peligroso, a ratos, expresar dudas demasiado acentuadas sobre alguna de las inauditas proezas de que se alaba, pues lleva en la cintura tamaña cuchilla, mal afilada, es cierto, pero sospechosa de traicionera, y un tremendo «ribólbere», como lo llama él.
Sea como fuere, empecé a sentirme inspirado por una ardiente esperanza, que con el tiempo fomentó en mis más secretos pensamientos la firme y desesperada resolución de no seguir tolerando esa esclavitud. Fue en Roma, durante el carnaval de 18..., que asistí a un baile de máscaras en el palazzo del duque napolitano Di Broglio.
II En una anchurosa cuadra del alcázar de Toledo, cuyas paredes adornan ricos tapices flamencos, al lado de una gran mesa que cubre de terciopelo
napolitano tapete con borlones de oro y flecos, ante un sillón de respaldo, que entre bordado arabesco los timbres de España ostenta y el águila del Imperio, de pie estaba Carlos quinto, que en España era primero, con gallardo y noble talle, con noble y tranquilo aspecto.
Ángel de Saavedra
Agradecido a su buen milanés, como él le llamaba, el napolitano le procuró la amistad que más podía agradarle al poeta enamorado de todo lo francés, de todo lo que fuera siglo de oro y aun de los días de Luis XV; le hizo amigo de la famosa actriz y tiple ilustre Gaité Provenze, que en Italia quiso llamarse la Provenzalli, y así llegó a ser célebre en la península como antes en su patria lo había sido con su apellido verdadero.
Recuerdo que al tercer día ya tuteaba a un príncipe napolitano, y no hubo entonces damisela mareada a cuya pálida y despeinada frente no sirviese mi mano de reclinatorio.
Al rato, llegó con la majada y la empezó a encerrar, para el aparte que debíamos hacer, el marido de la morocha aquella. Y, como llevaba boina y alpargatas, pensamos que era vasco, pero nos dijeron que era napolitano.
—Sí, señor, un empleo donde pueda progresar, porque donde estoy... —Sí... sí... ya sé, la casa de un
napolitano... ya sé... un sujeto.
Roberto Arlt
Antes que todo, el color del caballo: es el rosillo de don José el resero; o el malacara de don Justo, un vecino fregador, que, cada tric y traque, viene a pedir rodeo; o el zaino bichoco del napolitano Juan -seguro que se habrán mixturado las majadas-, o el ruano de sobrepaso de don Eugenio, que viene a ver los cueros, o el caballo desconocido de algún transeúnte que viene a pedir licencia; y, según la visita, esbozan los ojos del campesino una sonrisa de contento o una mueca de fastidio.
Esto dicen Adrasto Ciziceno y Dion Napolitano, famosos matemáticos, que aconteció en tiempo del rey Ogyges.» Varrón, escritor de tanta fama, no llamara a esta extraña maravilla prodigio singular, si no la pareciera que era contra el orden de la naturaleza.