Un maestro en vez de una madre; los camaradas en vez de los hermanos; el pasante ceñudo que venía a despertarnos cuando estábamos acostumbrados a que nos despertara nuestra abuela; el régimen disciplinario sustituyendo a la libertad campestre, la ciudad indiferente en lugar del pueblo, tan conocido y tan amado como la propia familia; la oración murmurada como una consigna de cuartel, y no aquella salve dicha a la luz del amanecer, al toque de la campana que saludaba al alba, entre el coro de las alondras y el grito agudo de los gallos, mezclados con el rumor de los instrumentos de la labranza que iban a fecundar los campos, y el despertar de toda la muchachería que cantaba en competencia con las aves, exhuberantes de vida y embriagados de luz.
— jA dormir, niños!— gritaban impacientes las madres que en nuestras repúblicas americanas han sido, son y serán siem- pre muy madrazas; y la muchachería se insurreccionaba y había lo de: —í Ahora á la cama te vas.
Era un éxito clamoroso, al cual tal vez en parte contribuía el hecho de que a Durof se le conociese en los círculos de la
muchachería elegante, de los cuales formó parte en otro tiempo.
Emilia Pardo Bazán
¿Tú que te figuras, que yo no he sabido valsar? Hoy sí que no se valsa; a la
muchachería se le ha olvidado; prefieren el bridge...
Emilia Pardo Bazán