A galán marrullero, que pasaba meses y meses en chafaldi- tas y ciquiricatas tenaces, pero insustanciales, con una chica, lo asaltaba de improviso la madre de ella con estas palabras: —Oiga usted, mi amigo, todo está muy bueno; pero mi hija no tiene tiempo que perder, ni yo aspiro á catedrática en echa- corvería.
Y deteniendo a la mula por la brida, le dijo al clérigo: -Bájese pronto aunque sea por las orejas, seor
marrullero, y dese preso.
Ricardo Palma
A continuación Watson nos traslada a un día de calor abrasador de un agosto de finales de la década de 1880. Llega el inspector Lestrade, al que Watson describe como "tan marrullero, tan regordete y tan hurón como siempre".
Su padre, a quien siempre creyera respetado, había sido en vida víctima de traidor ultraje. El filántropo extravagante no era tal extravagante, ni tal filántropo, sino un cuco de cuenta y un concupiscente marrullero.