Llevónos a la cueva que excavada habita junto al mar el monstruo ciego. De un blanco el mármol es de su morada cual suele serlo aún no escrito pliego.
Aquel sitio intentaba ser admirable; semejante a los antiguos palacetes romanos: pisos y columnas de
mármol, portentosas estatuas, directamente reproducidas de los originales de la antigüedad griega; de las paredes colgaban cuadros como neoclásicos elaborados al óleo; de los techos pendían varias lámparas resplandecientes de cristales.
Antonio Domínguez Hidalgo
Ninguno copiaba modelos gastados o envejecidos; pues la Naturaleza, ese monstruo que, según la Bruyere, goza en devorarse a sí mismo, no envejece nunca y en cada nuevo sol, la autora, el océano, la soledad imponente de los bosques, las maravillas del cielo, sereno o tempestuoso, los crepúsculos, el canto de las aves que convierten en arpas los árboles, el volcán con sus nieves eternas, las montañas con sus ventisqueros pavorosos, y las llanuras con alfombra de mieles cuajadas de espigas, todo cuanto decora y puebla nuestra vivienda universal, parece que nace en las montañas para esconderse y dormir bajo el manto estrellado de la noche. Admirables son los esfuerzos del que logra con el estudio cincelar lo mismo el mármol...
En cambio con estos ligeruchos iconoclastas, proseguía Zeus, rojo de energumenia, adiós Palas Atenea, Afrodita y Artemisa, las tres gracias que se habían quedado como en un engarróteseme a’i convertidas en estatuas de mármol y más frías que el Eneas despreciador de Dido.
Iba llegando ya, poco a poco. Las calles eran anchas y estaban construidas con pedacería de mármol. Las casas no estaban pintadas, pues lucían el color natural de los ladrillos que las conformaban.
Miré a mi rededor; descubrí que yacía en un alargado túnel de redondas paredes verdes, con piso de mármol azul y un techo del que se descolgaban hilillos refulgentes despidiendo armonías de exquisitos madrigales.
También las obras de aquél producían en las gentes un como espanto y desasosiego que expresaban hablando de la «terribilitá» del Buonarroto. Un poder de violencia y literalmente arrebatador había éste desencadenado sobre el mármol y los muros inertes.
La elegancia de los edificios correspondía a la del lenguaje; se veía allí por doquiera el mármol y el lienzo animados por las manos de los maestros más hábiles, y fue de allí de donde salieron esas obras sorprendentes, ejemplos a todas las edades corrompidas.
En las columnas había ropa colgada, bufandas, sombreros. Había mesas de mármol dispuestas por todas partes. Diversos individuos, con las piernas estiradas, la cabeza erguida, los ojos fijos, con un aire positivista, parecían meditar.
Una de esas noches, como nuestros pasos nos hubieran llevado a la vista del cementerio, sentimos curiosidad de ver el sitio en que yacía bajo tierra lo que habíamos sido. Entramos en el vasto recinto y nos detuvimos ante un trozo de tierra sombría, donde brillaba una lápida de
mármol.
Horacio Quiroga
Alrededor de las caladas franjas del ajimez, y enredándose por la columnilla de
mármol que lo partía en dos huecos iguales, subía desde el interior de la vivienda una de esas plantas trepadoras que se mecen verdes y llenas de savia y lozanía sobre los ennegrecidos muros de los edificios ruinosos.
Gustavo Adolfo Bécquer
Caminaron millas y millas montes a través, hasta que por fin vieron ante ellos una gran ciudad, con cien torres que brillaban al sol cual si fuesen de plata. En el centro de la población se alzaba un regio palacio de
mármol recubierto de oro; era la mansión del Rey.
Hans Christian Andersen