Empezada la misa, no cesaron los tiros en el portal de la Iglesia, y la gaita siguió tocando en el coro, acompañando a los cantores entre los cuales estaba mi tío que era una especialidad para echar la epístola.
Consiguió salir del primer aprieto el domingo de Pentecostés con buenas palabras y canciones de su gaita, pero, al llegar el día de San Martín, el oficial de guardia le transmitió la orden de que se presentase con la renta un día determinado o tendría que exiliarse del señorío.
La
gaita del pastor en la colina lloraba las tonadas de la tierra, cargadas de dulzuras, cargadas de monótonas tristezas, y dentro del sentido caían las cadencias como doradas gotas de dulce miel que del panal fluyeran.
José María Gabriel y Galán
Era valiente y muy fuerte, aquel Jacquillou, y jamás había creído que hubiese hadas. La noche era clara, y nuestro gaitero partió con su gaita debajo del brazo.
Al viejo Dougal McCallum, el mayordomo, que había servido a Sir Robert en las duras y en las maduras, en los buenos y en los malos tiempos, en la adversidad y en la fortuna, le gustaba muchísimo la gaita, y de ahí le venía a mi abuelo su buen cartel ante el señor, porque Dougal hacía lo que quería con su amo.
Una tarde de verano, después de haber hecho danzar a la juventud de la boda al son de su gaita, Jacquillou (Jacques) el gaitero, con la cabeza un poco acalorada, apostó que iría a ver la danza de las hadas en los cuatro caminos del centro del bosque.
Subió otra vez a su salvaje nido, tornó a bajar a la vivienda humana, y ya movió la risa los músculos de acero de su cara, y sus dientes de tigre, descubiertos, dieron reflejo de marfil y nácar, y el hosco ceño despejó la frente, y se hizo dulce y mansa la dulzura feroz, brava y sañuda de aquel mirar de sus pupilas de ágata...; cortó un lentisco y horadó su tallo, pulió sus nudos y tocó la
gaita, y oyó por vez primera la sierra solitaria música ingenua, balbuciente idioma que al hombre niño le nació en el alma.
José María Gabriel y Galán
Y cayendo sobre el coro como lágrimas de oro de la vida natural, ¡qué amorosas complacencias desparraman las cadencias de la
gaita del zagal!
José María Gabriel y Galán
La animación de la romería decayó grandemente. Tornaron los sonidos de la gaita a flotar melancólicamente en el aire de la montaña; se reanudó el baile.
Solamente conozco dos tipos bautizados en el ámbito de la nana: Pedro Neleira, de la Villa del Grado, que llevaba la
gaita colgada de un palo, y el delicioso maestro Galindo de Castilla, que no podía tener escuela porque pegaba a los muchachos sin quitarse las espuelas.
Federico García Lorca
Aquélla era una melodía que mi abuelo aprendió de un brujo, quien a su vez la había oído cuando estaban adorando a Satanás en sus aquelarres, y mi abuelo la había tocado algunas veces en las ruidosas cenas del castillo de Redgauntlet, pero siempre a disgusto. Y ahora, con sólo mencionarla, sintió frío y, para excusarse, dijo que no llevaba la gaita consigo.
II Yo quisiera que tornaran a mis chozas y casetas las estirpes patriarcales de selváticos poetas, tañedores montesinos de la
gaita y el rabel, que mis campos empapaban en la intensa melodía de una música primera que en los senos se fundía de silencios transparentes, más sabrosos que la miel.
José María Gabriel y Galán