La luna plateaba el paisaje hermosamente bravío; mansa brisa hacia ondular las ramas de los nogales y quejigos; de vez en cuando cruzaba el espacio con vuelo blando y silencioso alguna que otra ave agorera proyectando en las riscosas faldas su fantástica silueta fugitiva; el silencio de la noche era turbado únicamente por el sonoro latir de los mastines, que velaban en los blancos caseríos y por el lento caminar de los contrabandistas que, jinetes en caballos enjutos y voladores, precedían y escoltaban las poderosas acémilas por las más ocultas veredas.
Ya es una Náyade errante, ya una Venus hechicera, ya la Aurora fugitiva flores derramando y perlas, ya el Iris tornasolado y ya la Fortuna inquieta.
La sien sobre la mano, Sobre la yerba el codo Permanecia inmovil, de tal modo Que alguno la juzgara fácilmente De acertado escultor obra escelente Trasunto de un modelo soberano. Sus dulces ojos de tristeza llenos Fijos en la corriente fugitiva No brillaban amantes y serenos, Antes ¡ay Dios!
Observando las tonalidades del atardecer, exploraba el pasado como si quisiera detener el transcurso de su existencia. Y algo le hacía sentir como una ave desterrada y
fugitiva, lejana de la ruta de oro y de la senda de la luz.
Antonio Domínguez Hidalgo
Vigo los ve que en el tapiz se extienden y poco a poco a la pared avanzan, y la frisan y trepan por sus lienzos, hasta que el techo trémulos asaltan; y allí, en mil arabescos caprichosos de mil colores y ondulantes rayas, vacilan, se confunden, se amortiguan, y se van con el sol, que ser les daba; y queda el aposento tibiamente iluminado con la tinta pálida, desleída, uniforme y fugitiva del nocturno crepúsculo que baja.
Un ser que huye y se engalana con los colores del viento, y se nos muestra un momento en fugitiva ilusión, y un ser que a pocos contenta, cuando por fin alcanzado deja el oropel prestado y descubre el corazón.
¡Inocente Margarita! ¡Fugitiva mariposa, que de esa luz engañosa en torno girando vas! ¡Plega tus alas errantes, y en tu inocencia dormida no pienses en otra vida que te doraron quizás!
Tú, mi Montano, así tu Aldino viva contigo, en paz dichosa, esto que queda por consumir de vida
fugitiva; y el cielo, cuando pides, te conceda que nunca de su todo se desmiembre ésta tu parte y siempre serlo pueda.
Francisco de Aldana
La frase llega a alto, como que viene de hondo, y cae rota en colores, o plegada con majestad, o fragorosa como las aguas que retrata. A veces, con la prisa de alcanzar la imagen fugitiva, el verso queda sin concluir, o concluido con premura.
Calla, moro: no más. ADEL. Pasa más, y es bien que te aperciba. La Sultana fugitiva se ha refugiado en tu casa: en ésta. ISABEL. ¡Aquí mi rival!
¡Por lo menos, mi Eugenia, esta que me he forjado sobre la visión fugitiva de aquellos ojos, de aquella yunta de estrellas en mi nebulosa, esta Eugenia sí que ha de ser mía, sea la otra, la de la portera, de quien fuere!
En efecto ¿qué derechos tenía yo en la existencia de esa mujer a quien un caso fortuito me acercara durante un espacio de pocos minutos? La fugitiva del dominó negro, o la celestial aparición de blanca guirnalda ¿no eran para mí igualmente desconocidas?