Cuando un apto matrimonio a su maduro tiempo ella se ha procurado, cara al marido más, y menos es enojosa al padre. Y tú no luches con tal esposo, virgen.
¿O fue que al pie del saucedal frondoso, donde con él soñabas y dormías, al recio empuje de huracán furioso, rodó en las sombras el alado esposo sobre las secas hojarascas frías?
Grecia ha visto el admirado ejemplo de Alceste, hija de Pelias; sólo ella se prestó a morir por su esposo, a pesar de tener éste padre y madre; su amor sobrepujó tanto al cariño y a la amistad de aquéllos que comparados con ella parecieron ser unos extraños para su hijo, y su parentesco no más que nominal.
A decir verdad, la dama parecía muy enamorada de él -especialmente en su ausencia-, y se ponía en ridículo al citar repetidamente lo que había dicho «su adorado esposo, el señor Wyatt».
De hoy en adelante mi vida va a ser espantosa. Tengo que pagar el silencio... si no... ¡El escándalo! ¡El derrumbe de mi
esposo! ¡La ruina! ¡...y mis hijos...! ¡Oh...!
Antonio Domínguez Hidalgo
soy viuda... Mi
esposo murió hace una semana en un accidente de la fábrica donde trabajaba y no nos han dado la indemnización... Yo no he podido encontrar empleo...
Antonio Domínguez Hidalgo
Pues bien, durante dos noches (no consecutivas), en que me hallaba despierto, vi que, a eso de las once, la señora Wyatt salía cautelosamente del camarote de su esposo y entraba en el camarote sobrante, donde permanecía hasta la madrugada, hora en que Wyatt iba a buscarla y la hacía entrar nuevamente en su cabina.
La mujer realizaba preciosos bordados en mantas de coloridos impresionantes y su esposo había inventado una técnica para que el maíz fuera más abundante.
-interrumpió valientemente la guipuzcoana. -No lo es usted...; cosa que la honra mucho, puesto que su magnánimo
esposo se arruinó defendiendo la más noble causa...
Pedro Antonio de Alarcón
La reina se hincó de rodillas y, levantando su magnífica corona, imploró: -¡Quédate con ella, pero unta a mi
esposo y a los cortesanos!
Hans Christian Andersen
Hera dio a luz, sin trato amoroso -estaba furiosa y enfadad con su esposo-, a Hefesto, que destaca entre todos los descendientes de Urano por la destreza de sus manos.
Vestía, sin embargo, con exquisito gusto, y no dudé de que había cautivado el corazón de mi amigo con las gracias más perdurables del intelecto y del alma. Pronunció muy pocas palabras, e inmediatamente entró en el camarote en compañía de su esposo.