Mi mayor gusto hubiera sido casarlo, a ver si el matrimonio lo amansaba y domesticaba y yo le debía, lateralmente, más dilatadas esperanzas de sucesión para mi título de Marqués: pero ni Jorge puede enamorarse, ni lo confesaría aunque se enamorara, ni ninguna mujer podría vivir con semejante
erizo.
Pedro Antonio de Alarcón
Estoy seguro de que cuando esté aquí por la noche (¿y dónde iría a vivir, os pregunto, sea cual sea la fortuna que me llegue?), cuando ella no esté aquí o no esté yo en su casa, pondré la luz en la ventana y me sentaré al lado del fuego haciendo como que la estoy esperando como ahora. Así soy un niño -dijo míster Peggotty con una nueva carcajada- bajo la forma de un erizo de mar.
Por último, creí darme cuenta de que, a pesar de toda mi resolución, y aunque me había vuelto un erizo, un verdadero puercoespín, no había adelantado nada, y pensé que quizá el espíritu de Dora estaba formado del todo ya.
Cercado es, cuando más capaz más lleno, De la fruta, el zurrón, casi abortada, Que el tardo otoño deja al blando seno De la piadosa yerba encomendada: La serva, a quien le da rugas el heno; La pera, a quien le da cuna dorada La rubia paja y -pálida turora- La niega avara y pródiga la dora.
Erizo es, el zurrón, de la castaña; Y -entre el membrillo o verde o datilado- De la manzana hipócrita, que engaña, A lo pálido no, a lo arrebolado, Y de la encina honor de la montaña, Que pabellón al siglo fue dorado, El tributo, alimento, aunque grosero, Del mejor mundo, del candor primero.
Luis de Góngora
El sol brillaba en el cielo, el aire de la mañana ponía en movimiento los trigos, las alondras cantaban volando, las abejas zumbaban en el alforfón, las personas iban a la iglesia con el vestido del domingo y todo el mundo se alegraba y también el
erizo.
los Hermanos Grimm
Era nervudo, cuadrado, velloso como una fiera, la cara cobriza, con rudas protuberancias y profundos surcos, los ojos sanguinolentos y la nariz aplastada, granujienta, veteada de azul, con manojos de cerdas, que asomaban como tentáculos de un
erizo que dentro de su cráneo ocupase el lugar del cerebro.
Vicente Blasco Ibáñez
Logró dominar al pajarraco metiéndoselo debajo del brazo, con las patas colgando detrás, pero casi siempre, cuando había logrado enderezarle el largo cuello y estaba a punto de darle un buen golpe al erizo con la cabeza del flamenco, éste torcía el cuello y la miraba derechamente a los ojos con tanta extrañeza, que Alicia no podía contener la risa.
El
erizo estaba delante de su puerta, tenía los brazos cruzados, miraba pasar el tiempo y cantaba un cantarcillo, ni más ni menos que como lo canta un
erizo en una hermosa mañana de domingo.
los Hermanos Grimm
Y cuando le había vuelto a bajar la cabeza y estaba dispuesta a empezar de nuevo, era muy irritante descubrir que el erizo se había desenroscado y se alejaba arrastrándose.
Maupassant que ganó la borla de doctor en abracadabra, pues vio una noche con el Horla de Satán la pata de cabra, sobre aquel docto cenotafio dejó esa adelfa de amargor. ¡Fue un donoso y bello epitafio al viejo erizo de Francfort!
Por si todo esto no bastara, siempre había un montículo o un surco en la dirección en que ella quería lanzar al erizo, y, como además los soldados doblados en forma de aro no paraban de incorporarse y largarse a otros puntos del campo, Alicia llegó pronto a la conclusión de que se trataba de una partida realmente difícil.
Dicho y hecho. El
erizo cerró la puerta detrás de sí y se puso en camino. Apenas se hallaba fuera de la casa e iba precisamente a pasar por delante de una zarza, que se hallaba junto al campo donde crecen los nabos, cuando encontró a la liebre que había salido con una intención semejante, para ir a visitar sus berzas.
los Hermanos Grimm