Sin embargo, compadeceré siempre al hombre honrado, que movido del bien publico se presente a enfrenar el despotismo de un gobierno y a contener sus extravíos, fiado únicamente en el apoyo del Pueblo heroico y enérgico.
No pudiera enfrenar las lágrimas de los otros, si primero no hubiera reprimido las suyas.» «Marco Antonio, mi abuelo, a nadie inferior, sino a aquel de quien fue vencido, oyó la muerte de un hermano en la sazón que, adornado con la potestad triunviral y sin reconocer cosa que le fuese superior, excepto los dos compañeros, teniendo por inferiores a todos los demás, estaba formando la república.
No le bastó después a este elemento 435 conducir orcas, alistar ballenas, murarse de montañas espumosas, infamar blanqueando sus arenas con tantas del primer atrevimiento señas, aun a los buitres lastimosas, 440 para con estas lastimosas señas temeridades
enfrenar segundas.
Luis de Góngora y Argote
Ame la tranquilidad que no se embaraza en cuidados públicos ni particulares; mas donde la importante lección levantó el espíritu, y donde los nobles ejemplos pusieron espuelas, luego se desea acudir a los tribunales para ayudar a unos con la abogacía y a otros con el favor; y aunque parezca que éste no haya de ser de provecho, se intente que lo sea, para enfrenar la soberbia de quien sin razón se engríe por verse próspero.
¿Cómo ha de ser esto? Porque quiero más templar los gozos que enfrenar los dolores. Diráte Sócrates estas razones: «Hazme vencedor de todas las gentes y desde el nacimiento del Sol, hasta Tebas, me lleve triunfante el delicado coche de Baco: pídanme leyes los reyes de Persia, que con todo eso, cuando en todas partes me reverenciaren como a Dios, conoceré que soy hombre.» Junta luego a esta grande altura una precipitada mudanza, diciendo: «Que he de ser puesto en ajeno ataúd, habiéndome de despojar de la pompa de soberbio y fiero vencedor; que no por eso iré más desconsolado, asido al ajeno coche, de lo que estuve en el mío; pero tras todo eso deseo más vencer que ser cautivo.
A unos impide la vergüenza para el manejo de negocios civiles, que requieren osada frente, y en otros no es conveniente para palacio su terquedad: unos saben enfrenar la ira; y a otros cualquier indignación los enfurece, y algunos no saben poner límite a la graciosidad, ni abstenerse de peligrosas chocarrerías.
Y es bueno para las dichas rrecidencias y becita generales de los dichos yndios tributarios y de la becita general de la santa madre yglecia y para sauer otras cosas y para enfrenar sus ánimas y consencias los dichos cristianos, como Dios nos amenaza por la deuina escritura de Dios por boca de los sanctos profretas Heremías a que entremos a penitencia y mudar la uida como cristianos, como el profeta rrey Dauid nos dize en el pezalmo, “Domine Deus salutis meae,” donde nos pone grandes miedos y desanparos de Dios y grandes castigos que nos a de enbiar cada día, como el precursor San Ju Bautista traxo los amenazos, azotes y castigos de Dios para que fuésemos endos y emendados en este mundo.
Aprendamos a aumentar la continencia, a enfrenar la demasía, a templar la gula, a mitigar la ira, a mirar con buenos ojos la pobreza, y a reverenciar la templanza; y aunque nos cueste vergüenza el dar a nuestros deseos remedios poco costosos, aprendamos a encarcelar las desenfrenadas esperanzas y el ánimo, que se levanta a lo futuro: procuremos alcanzar las riquezas de nosotros mismos, y no de la fortuna.
¿Qué importa que ella sea rica, que tenga muchos litereros, que traiga costosas arracadas, que ande en ancha y costosa silla, pues con todo esto es un animal imprudente, y si no se le arrima alguna ciencia y mucha erudición es una fiera que no sabe enfrenar sus deseos?
¿Quiénes son los soberbios que se arrogan el derecho de enfrenar cosa que nace libre, de sofocar la llama que enciende la naturaleza, de privar del ejercicio natural de sus facultades a criatura tan augusta como el ser humano?
Habíase provisto en la de 1828 a las libertades privadas, pero no se habían prevenido contingencias que en la infancia de los Estados requieren remedios extraordinarios; y en el deseo generoso de enfrenar los abusos de la autoridad, no se cuidó lo bastante de darle la energía de acción, indispensable para la estabilidad del orden público y para la expedita y regular administración de los intereses comunes.
Pienso que, siguiendo esta doctrina Demócrito, comenzó diciendo: «El que quisiere vivir en tranquilidad, ni haga muchas cosas en que se singularice, ni se deje llevar con publicidad a las superfluas.» Porque de las que son necesarias, no sólo se han de hacer muchas privadas y públicamente, sino innumerables; pero donde no nos llama la obligación de algún importante ministerio, conviene enfrenar nuestras acciones.