Los amigos y deudos de Consuelo estaban en el salón con una copa más de las precisas en el cuerpo, cuando a la primera campanada de las nueve, sin que atinasen cómo ni por dónde había entrado, se apareció el
encapuchado.
Ricardo Palma
Cuando pasada la primera impresión, regresaron algunos de los hombres y resucitaron las damas, vieron en medio del salón los cadáveres de Íñigo y de Consuelo. El
encapuchado los había herido en el corazón con un puñal.
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Y a propósito de procesión de ánimas, es tradicional entre los vecinos del barrio de San Francisco que los lunes salía también una de la capilla de la Soledad, y que habiéndose asomado a verla cierta vieja grandísima pecadora, sucediola, que al pasar por su puerta cada fraile
encapuchado apagaba el cirio que en la mano traía, diciéndola: -Hermana, guárdeme esta velita hasta mañana.
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Por miedo al fantasma
encapuchado, las casas de ese barrio se cerraban a tranca y cerrojo con el último rayo del crepúsculo vespertino.
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El
encapuchado fue, pues, la comidilla obligada de todas las conversaciones, la causa de los arrechuchos de todas las viejas gruñonas y el coco de todos los muchachos mal criados.
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ADAMOW FERNANDO EUSTAQUIO.‑ Vivía en Mar del Plata, vivía en Capital Federal, siendo joven nos mudamos con mi familia a Mar del Plata y el secuestro se produce en Mar del Plata, el segundo secuestro estuve unos pocos días, que no sé cuántos días fueron porque estaba encapuchado, atado, tirado en un piso, dos o tres días en lo que presumo era una Comisaría en Mar del Plata y después soy trasladado a la Ciudad de La Plata, paso por un primer lugar, que después tengo entendido que es la Brigada de Investigaciones, de ahí soy trasladado a lo después sé que es la Comisaría Quinta de La Plata...
DRA. PERALTA.‑ Está bien... ADAMOW FERNANDO EUSTAQUIO.‑ Después yo estuve encapuchado todo el tiempo... DRA. PERALTA.‑ Y en la Comisaría Quinta usted pudo tener alguna entrevista con alguna autoridad, se presentó alguien como personal del Ejército ?.
Aquello fue tan popular como la procesión de ánimas de San Agustín, el
encapuchado de San Francisco, la monja sin cabeza, el coche de Zavala, el alma de Gasparito, la mano peluda de no sé qué calle, el perro negro de la plazuela de San Pedro, la viudita del cementerio de la Concepción, los duendes de Santa Catalina y demás paparruchas que nos contaban las abuelas, haciéndonos tiritar de miedo y rebujarnos en la cama.
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Como el miedo es el mejor anteojo de larga vista que se conoce, contaban las comadres del barrio a quienes la curiosidad, más poderosa en las mujeres que el terror, había hecho asomar por las rendijas de las puertas, que el
encapuchado no tenía sombra, que unas veces crecía hasta perderse su cabeza en las nubes y que otras se reducía a proporciones mínimas.
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NIEVES LUJAN ACOSTA: Y tratado, eramos tres que compartíamos el calabozo, no sacaban cada 24 horas al baño, nos daban de comer una sola vez por día, una comidita así nomás, después nada más, ahí no me tocaron para nada, todo el mes que estuve ahí, cuarenta y pico de días fue así. Dr. SCHIFFRIN. Siempre encapuchado? NIEVES LUJAN ACOSTA: No, ahí en Banfield estaba con los ojos al descubierto. Dr.
DRA. PERALTA.‑ Y estaba de civil esas personas ?. ADAMOW FERNANDO EUSTAQUIO.‑ Y yo estuve encapuchado todo el tiempo... DRA. PERALTA.‑ Todo el tiempo ?.
Corrí ante uno de los espejos. Un ser de sueño se erigía ante mí, encapuchado de verde oscuro, coronado de flores de lis negras, enmascarado de plata.