León por delante, dragón por detrás y cabra en medio, resoplaba una terrible y ardiente llama de fuego. Pegaso la mató y el valiente Belerofonte.
Jamás has visto tú una igual, ni yo tampoco. Se veía toda España, y hasta los moros, y al Emperador de Marruecos, que estaba llorando por el dragón, su amigo.
Dos tibores sostenidos por un
dragón o endriago fabuloso se alzaban sobre peanas de madera laqueada en los ángulos del delicioso quiosco, todo enramado y enguirnaldado de campanillas abiertas, que sobre las columnas de porcelana parecían adornos cerámicos, de una cerámica milagrosamente frágil.
Emilia Pardo Bazán
En ese momento apareció el payaso Kiko de Eso, montado en un dragón volante que despedía llamas por el hocico y con el clásico jo, jo, jo gritó: -¡Ha llegado la hora definitiva!
Dicen algunos que está allí como símbolo del silencio, y con igual significado aparece en otras iglesias del reino de Aragón, imponiendo recogimiento a los fieles; pero el pueblo valenciano no cree en tales explicaciones, sabe mejor que nadie el origen del espantoso animalucho, la historia verídica e interesante del famoso “
dragón del Patriarca”, y todos los nacidos en Valencia la recordamos como se recuerdan los cuentos “de miedo” oídos en la niñez.
Vicente Blasco Ibáñez
En un ribazo, entre aplastadas marañas de juncos, un lóbrego y fangoso agujero, y en el fondo, durmiendo la siesta de la digestión, entre peladas calaveras y costillas rotas, el
dragón, un horrible y feroz animalucho, nunca visto en Valencia, enviado, sin duda, por el Señor -según decían las viejas ciudadanas- para castigo de pecadores y terror de los buenos.
Vicente Blasco Ibáñez
Pero apenas se aproximaban a la cueva del
dragón, sacaba este el morro, se ponía en facha para acometer, y partiendo en línea recta, veloz como un rayo, a este quiero y al otro no, mordisco aquí y zarpazo allá, desbarataba el grupo; escapaban los menos, y el reto paraba en el fondo del negro agujero, sirviendo de pasta a la fiera para toda la semana.
Vicente Blasco Ibáñez
Nuestro bello mancebo preguntó cuál era la causa de aquella desolación, y supo que todos los años un fiero dragón, hijo de una infernal vieja, se llevaba una bella joven, y que aquel año infausto había tocado la suerte a la Princesa, buena y bella sin segunda, hija del Rey.
No tardó en aparecer el fiero dragón y en acercarse lentamente a aquella beldad, mirándola con tal insolencia y tal descaro, que sólo le faltaba el lente para igualar a otros culebrones menos temibles que él.
Había que esperar a que el
dragón muriese de viejo o de un hartazgo; mientras tanto, que cada cual se resignara a morir devorado cuando le llegara el turno.
Vicente Blasco Ibáñez
Cuando ya estaba cerca, la Princesa, según le había prescrito el Caballero del Pez, descorrió el velo, y pasando detrás del espejo, desapareció a los enamorados ojos del fiero dragón, que quedó estupefacto al hallar dirigidas sus amorosas miradas a un dragón como él.
Como ya no quedaban hombres que fuesen en busca del
dragón, éste iba al encuentro de la gente, para no pasar hambre en su agujero.
Vicente Blasco Ibáñez