Orlando cortésmente la conforta; y, luego que en el cielo matutino la Aurora su rosal guirnalda porta y su purpúreo manto, con la dama partióse Orlando adonde Amor lo llama.
La Venusberg brillaba, desnuda y gris, sobre el fondo del valle. Gustoso habría gritado: -¡
Dama Holle,
Dama Holle! ¡Abre tu montaña, que así al menos descansaré en mi tierra!
Hans Christian Andersen
Entonces noté que su cabeza, muy lentamente, cambiaba de posición, y pronto llegué a convencerme de que la dama, que fingía mirar hacia el escenario, continuaba escrutándome atentamente.
Su acento francés aunado a su fúnebre porte le daban el aspecto de los antiguos condes versallescos... Su mirada era triste. —¡Cuánto agrado me causa su visita mon cheri' —exclamó la
dama rica. —Vengo de prisa, madame.
Antonio Domínguez Hidalgo
Si esa dama hubiera estado sola, yo habría entrado en su palco, y le hubiese declarado mi amor, arriesgándome a cuanto pudiera suceder.
Presenta a cada cual que allí lo mira, el bien que le es más grato y oportuno: dama, escudero, amigo; porque aspira a muy vario deseo cada uno.
-dijo Antón-. Estoy hundido y hundiré todo lo que me recuerde a ella,
Dama Holle,
Dama Venus, mujer endiablada. ¡Arrancaré de raíz el manzano, para que jamás dé flores ni frutos!
Hans Christian Andersen
Mientras así recreaba mi vista, noté con gran emoción, y por imperceptible gesto de la dama, que de pronto había advertido la intensidad de mis miradas.
Inmediatamente... El timbre sonaba efusivo y una
dama ataviada con lujo ordenó a la moza que le servía el té. Aquel sitio intentaba ser admirable; semejante a los antiguos palacetes romanos: pisos y columnas de mármol, portentosas estatuas, directamente reproducidas de los originales de la antigüedad griega; de las paredes colgaban cuadros como neoclásicos elaborados al óleo; de los techos pendían varias lámparas resplandecientes de cristales.
Antonio Domínguez Hidalgo
—Miré y en el carruaje que avanzaba hacia nosotros lentamente, calle abajo iba sentada la deslumbrante dama de la ópera, acompañada por la señorita que estaba con ella en el palco.
Al ver la dama que requiere ayuda aquel que de Rogelio tiene el gesto, al punto en suspicia la fe muda, al punto olvida todo presupuesto; y ahora que Melisa lo odie duda, por un nuevo desdén no manifiesto, y que pretenda con astuta trama que muerte le dé aquella que tanto ama.
En ese preciso instante, vieron en su cocina a una
dama muy hermosa, que les dijo: -Soy un hada; prometo concederles las tres primeras cosas que deseen; pero tengan cuidado: después de haber deseado tres cosas, no les concederé nada más.
Jeanne-Marie Leprince de Beaumont