Aquí tienes a tu antiguo amigo, ya ves -me dijo Traddles mostrándome con aire triunfante el florero y el velador-, y ahí tienes la mesa de mármol; todos los demás muebles son sencillos y útiles, como puedes ver. Y en cuanto a plata, no tenemos ni siquiera una cucharilla.
Cada vez que la cucharilla de plata volvía a caer en el tazón lleno de licor encendido, los objetos se reflejaban sobre los muros con formas desconocidas y con tintes inauditos; desde los viejos profetas de barba blanca hasta esas caricaturas que cubren las paredes de los talleres, y que parecen un ejército de demonios como los que aparecen en sueños, o como los que dibujaba Goya.
El énfasis que ponía en ella era extraño: daba la impresión de un hombre que había nacido, no, como se dice vulgarmente, con una cucharilla de plata, sino con una escala, y que había subido uno tras otro todos los escalones de la vida, hasta que había podido lanzar desde lo alto de la fortaleza una mirada de filósofo y de superioridad sobre el pueblo que estaba en las trincheras.
Cuando terminaron de comérselo, El búho como regalo, Se llevó en el bolsillo la cucharilla, En tanto la pantera, con el cuchillo y el tenedor, Terminaba el singular banquete.
Estas interrupciones me parecían tanto más absurdas porque en aquellos momentos estaba precisamente dándome caldo con una cucharilla, convencida de que me moría de hambre y no podía recibir el alimento más que a pequeñas dosis y, de vez en cuando, en el momento en que yo tenía la boca abierta, dejaba la cuchara en el plato, gritando: « Janet, ¡burros!», y salía corriendo a resistir el asalto.
¡Tres tazas de té has bebido, tres tazas!, le gritó Sáenz a Fernández, sin poderse contener al verlo llenar por tercera vez la frágil tacita de porcelana y agitar el aromático licor con la cucharilla.
–Bueno, adelante, te escuchamos. Dejó caer la cucharilla en el tazón. La llama se apagó poco a poco, y permanecimos en una oscuridad casi completa, con solo las piernas iluminadas por el fuego de la estufa.
-preguntó Sherlock Holmes. -De ese artículo -dije, apuntando hacia él con mi cucharilla mientras me sentaba para dar cuenta de mi desayuno-.
En aquel momento estaba tomando un helado de marrasquino, que sostenía con la mano izquierda, en una concha de plata sobredorada, y entornaba los ojos con la cucharilla entre los dientes.
De vez en cuando me animaba para que intentara adelantarle; pero no había competencia posible entre su cucharón de servir y mi cucharilla de café, entre su agilidad y la mía, entre su apetito y el mío; tanto es así, que desde el primer momento perdí las esperanzas de ganarle.
Las pruincipales montañas que se encuentran en el municipio son Xía-radi, Xía-yatini, la Cucharilla Grande, la Cucharilla Chica, la Fortaleza, Xía-nuda, Ra-xía y Dauí.
El maestro Freire comenzó a golpear con la cucharilla el vaso de café adquiriendo ese repiqueteo una aire melódico, apuntando este primer tema musical en una de las servilletas de papel de la cafetería.