─ ¿Qué es lo que haces tú por aquí? ─le preguntó el cornudo. ─ Pardiez, ya ves, me estoy calentando. He entrado y no había nadie.
Pierre no sintió miedo, aunque no pudo dejar de estremecerse un poco. Entonces dijo: ─ ¡Diablo cornudo! ¡Métete dentro de mi saco prodigioso!
Pero Carrampempe, que no puede mirar la dicha ajena sin que le castañeteen de rabia las mandíbulas, se propuso desde el primer instante meter la cola y llevarlo todo al barrisco. Llegó el
Cornudo a tiempo que se celebraba en Ica el matrimonio de un mozo como un carnero con una moza como una oveja.
Ricardo Palma
No le dolía el engaño por la afrenta de hacerle cornudo, sino por la baja elección que la tehuana hacía: Era celoso intermitente, como ocurre con la gente cortesana que medra de sus mujeres.
Una carcajada de todos los estudiantes acogió el desafortunado nombre del pobre peletero y vestidor real. El Cornudo ¡Gil Cornudo!
Tienen todos fregonas de buena cara, para entretenimiento del criado del huésped grave, a la cual pagan con darla libertad de conciencia y por adocenado que sea el cornudo, come, pasea, viste bayeta.
—¡Ah!—rugió su mujer enloquecida.—¡Tú eres el ladrón, miserable! ¡Me has robado mi vida, ladrón, ladrón! Y creías que no me iba a desquitar…
cornudo! ¡Ajá!
Horacio Quiroga
Casi me rompe la nariz. ¡Pero qué formidable! ¡Resulta ahora al final de cuentas que el
cornudo y apaleado es él y no yo! ¡Yo!...
Roberto Arlt
–Pero, ¿cómo? ¿Después que yo resulto
cornudo y apaleado, después que Elsa se va y hago una infamia, el que te tiene que dar la plata soy yo?
Roberto Arlt
¡Oh, injustos hados, que de afetos contrarios me rodean! MANOLO (Aparte.) ¡Cómo exprime el
cornudo las pasiones! MEDIODIENTE Pero, al fin, de este modo se resuelva.
Ramón de la Cruz
Pues ya se hace inquisición para casarse uno, que después de darles el dote se obliga a hacerse cornudo dentro de tanto tiempo y el marido escoge el género de gente con quien mejor le está: extranjeros, seglares o eclesiásticos, y ha de llegar el tiempo en que han de usarse en España conmaridos y se ha de llamar Junta de dos desposados y vacadas los barrios, aunque la sobra de mujeres se ha cogido tanto cornudo estos años que valen a huevo.
Y el viejo cornudo entró, vociferando, dentro del saco. ─ Ya ves, Lucifer ─dijo Pierre─ que eres mío. Solo te liberaré si juras firmando con tu sangre sobre un papel que no vas a regresar jamás a este castillo.