Somos un todo único y solidario y lo que necesitamos sobre todo para hacernos considerar en lo que valemos es volver el corazón y la mirada hacia el pasado para fortificar nuestra fe común y sentirnos iguales y hermanos desde el fondo de los tiempos. Nos pertenece el continente desde que por el esfuerzo de España se incorporaron sus tierras a la civilización cristiana.
Nuestra vida parece de tristes animales y yéndonos de aquí, la aventura que se nos espera será espléndida. Lograremos construir una gran civilización, como dicen que fue la de nuestros antepasados.
De ahí en adelante, un abigarrado conjunto de presupuestos filosóficos, jurídicos y económicos, modificaron la concepción del mundo de la nueva generación de intelectuales demoliberales, decididos a completar la obra de la revolución liquidando las trabas que impedían la incorporación de sus países a la senda del progreso, o como algunos empezaban a llamarlo (Sarmiento), la civilización.
La lleva el Nuevo Mundo sacramente, en lo mejor de su entraña, desde su incorporación a la Civilización de Occidente, por el esfuerzo pródigo y fecundo de España y Portugal.
Esta situación empeoró con la llegada de los españoles, al principio por el equívoco de que se cumplían las centenarias profecías y más adelante, por la negación de su civilización durante trescientos años, que mantuvo a los indios en la explotación más inhumana y cruel; por lo que el recuerdo de los valores y conocimientos de su cultura milenaria, se mantuvieron de manera inconsciente en las tradiciones, usos, fiestas y costumbres de los pueblos indígenas y campesinos.
Dejando a un lado los aspectos generales –muy importantes, por cierto- sobre los orígenes del pensamiento liberal, la historia de la llamada civilización occidental, la economía y la filosofía burguesas, sería indispensable tener en ante nuestra vista lo siguiente: 1.
A diferencia de muchos representantes de la generación posterior, que hemos denominado de “los científicos”, directamente influida por el evolucionismo spenceriano –en menor medida los seguidores del comtismo-, los ideólogos del liberalismo maduro creían que la reforma política, el establecimiento de la legalidad constitucional y la adopción de las normas democráticas, eran el punto de partida y a la vez el marco que garantizaría el desarrollo económico, el advenimiento del progreso y la civilización modernos.
Su uso puede considerarse como el puente entre los procesos descritos por la psicogénesis y su aterrizaje en la práctica lectora y escritora real de las escuelas en prácticas sociales del lenguaje, donde no hay cinco o diez alumnos conejillos de indias sometidos a experimentación, sino verdaderos leoncitos dispuestos a dar zarpazos de inteligencia a la sabiduría adulta; y más ahora, cuando la internet y la mercadotecnia están a la vuelta del rancho más distante de la “civilización”.
En vez de ello, exageraron sus propios estilos españoles, como para negar su situación provinciana. :::: La “cultura” de la civilización indígena tenía para ellos, en el mejor de los casos, un atractivo exótico”.
Pasando por la trasgresión y cambio de valores y orientación de la Toltecáyotl, a manos de los Aztecas; hasta los 289 años que duró el período colonial, en el que los pueblos de México perdieron todos sus derechos; como seres humanos, como civilización y como cultura.
Y miró también cómo bárbaramente los TEPANECAS, en gran número, se arrojaban contra el señor de TEZCOCO, sin respeto alguno para la civilización hasta entonces construida.
Alberdi y Sarmiento, por ejemplo, conferían al estado nacional la misión de promover directamente el crecimiento económico y la civilización moderna, mientras Samper y Juárez suponían que el mero funcionamiento de la legalidad democrática, la descentralización administrativa –el federalismo a ultranza de Samper aparecía como la solución universal- y la efectiva división de poderes, garantizarían por sí solos la prosperidad económica y la supresión de los privilegios.