Tiene la casita para su jardín ocho hermosísimas estatuas de mármol artificial, esta invención ahorra el gran trabajo de cincelar una piedra tan dura como el mármol, y deja las estatuas con una perfección igual a sus modelos; y la materia siempre es la misma, a saber mármol.
Tierra donde todavía se piensa en matar moros, donde no se deja de creer en los milagros de la Pilarica, donde estoquear un berrendo de jarana se aprecia más que cincelar una Venus de Milo, donde falta pueblo suficientemente viril para barrer con esa descuajaringada Monarquía, tan despreciable y odiosa bajo el ministerio liberal de Sagasta o de un Moret como bajo el gabinete conservador de un Cánovas o de un Maura.
Los hombres que supieron descubrir la pila como Volta, sondear el firmamento como Secchi, cincelar el mármol como Cánova, armonizar las notas como Rossini, pulir la estrofa como Leopardi, pensar como Gioberti y prosar como Giordani, sabrán convertir en nuevo emporio de riquezas la hermosa tierra donde florecen las viñas de Horacio y susurran las abejas de Virgilio.
Ninguno copiaba modelos gastados o envejecidos; pues la Naturaleza, ese monstruo que, según la Bruyere, goza en devorarse a sí mismo, no envejece nunca y en cada nuevo sol, la autora, el océano, la soledad imponente de los bosques, las maravillas del cielo, sereno o tempestuoso, los crepúsculos, el canto de las aves que convierten en arpas los árboles, el volcán con sus nieves eternas, las montañas con sus ventisqueros pavorosos, y las llanuras con alfombra de mieles cuajadas de espigas, todo cuanto decora y puebla nuestra vivienda universal, parece que nace en las montañas para esconderse y dormir bajo el manto estrellado de la noche. Admirables son los esfuerzos del que logra con el estudio cincelar lo mismo el mármol...