-refunfuñó el zapatero al par que aforaba con los ojos y con expresión de ira el grueso imponente del cigarro que empezaba a liar el recién llegado.
El Chiquito, cuando hubo pirdío jasta la úrtima torda, se puso a jechá el hombre un cigarro mirando al Niño con las e Caín, y cuando ya toíto er mundo creía que diba a dirse del tenderete y ya estaba bajo el quicio e la puerta, se güerve de pronto el chaval pa el del Altozano y le dice: -Quéese usté con Dios, so malino.
Su estómago repleto le saludaba con eructos de satisfacción. ¡Vida más hermosa!... —¡Tío Chispas!... Un cigarro. —Ven por él. Juanillo corrió por la borda del lado contrario al viento.
Hoy es algo que hemos visto en Europa y en otros pueblos de América; pero no es típica, no es limeña. Hoy la Alameda no vale un pueho de cigarro.
Encendió éste un cigarro, saturó cumplidamente de humo sus pulmones y exclamó con acento sentencioso: -Pos bien, jechizo: el favor que yo te quiero jacer es el de dicirte que el pájaro que tú más estimas se está picando el embrague por mo de ti, por mo de tus malitas partías.
verá lo que haremos... —Y fuma voluptuosamente un aromático 
cigarro extranjero. —Hicimos más de la cuenta para salvarle la casa...
Antonio Domínguez Hidalgo
De pronto escuché una gritería y vi a un viejo con casco de corcho que salió maldiciendo y riéndose a la puerta de su almacén, y al tiempo que maldecía y se reía, amenazaba con el puño la copa de un cocotero. Entonces, fijándome en donde señalaba el viejo, vi un mono con un gran 
cigarro encendido que se lo había robado.
Roberto Arlt
Recibiólo Juana Bre- ña, montada en im diestro alazán y fimiando un gran cigarro, y le sacó nueve suertes de capa, contradiciendo prácticamente la opinión del marqués de Valle Umbroso, que en su libro dice: — Difícil es que las suertes pasen de 9iete; 'pues es raro el toro que las da, y más raro el caballo que las reéiste.
– Apostemos, señor –me dijo mi guía cuando estuvimos en la llanura–, apostemos un cigarro a que adivino lo que le ha traído a casa del señor de Peyrehorade.
Y todos en la mirada vidriosa lucen la hipnosis de una programación encartelada de sueños tontos: Un vestido como aquél; pantalones como ésos; un perfume como el mío, un 
cigarro como el de él, una casa como la suya; una hembra como la del cartel; un macho como el de los calzones mini y una oración inescuchable, pero que se oye: Ayúdame.
Antonio Domínguez Hidalgo
– Pero –respondí ofreciéndole un cigarro–, no es difícil de adivinar que, a estas horas y cuando hemos andado seis leguas por el Canigó, lo más importante es cenar.
«Se está aquí más solo que en la calle, tan solo como en el desierto», piensa un bulto, un hombre envuelto en un amplio abrigo de verano, que chupa un 
cigarro apoyándose con ambos codos en el hierro frío de un balcón, en el tercer piso.
Leopoldo Alas