Entre los platos tradicionales de Uribe están, entre otros, el chacolí, la sidra, el bacalao a la vizcaína y la chuleta de Uribe.
Comiendo su chuleta y bebiendo su té, apoyaba el mentón en su corbata azul cielo, atravesada por dos alfileres de diamantes unidos por una cadenita de oro; y sonreía con una sonrisa singular, de una manera dulzona y ambigua.
¡Cuánta suerte tenemos! Con una mano me cogió una chuleta, con la otra, una patata, y lo comió con el mayor apetito. Yo estaba radiante.
¡Si estaría lleno de prejuicios aquel estudiante! Doña Concha le servía un par de huevos fritos sucedáneos de la chuleta. El estudiante de Farmacia, por fórmula, pedía siempre la chuleta, pero dispuesto a comer los huevos.
Pues los jovencitos por lo general están hartos de vaca y de cordero. ¿Qué le parecería una chuleta de carnero? Asentí a aquello, porque tampoco se me ocurría otra cosa.
Yo estaba seducido por su encanto infantil, y le expliqué tiernamente que Jip tendría su chuleta de cordero con toda la regularidad acostumbrada.
Después cogió otra chuleta y otra patata; después otra patata y otra chuleta. Cuando terminó, me trajo un pudding, y sentándose enfrente de mí rumió algo entre dientes, como si estuviera pensando en otra cosa durante unos minutos.
En el café, antes y después de los ensayos, pagaba en la moneda que poseía la
chuleta a que le convidaban los actores, sacando a relucir las gracias con que antaño hizo descuajarse de risa a los paletos de Villafán.
Emilia Pardo Bazán
La criada acudía con el plato no constituyente, como le llamaban los otros huéspedes; el de Farmacia, con un gesto majestuoso, lo rechazaba y decía «¡huevos!» como pudiera haber dicho Delenda est Carthago. La chuleta del estudiante, según los maliciosos, ya no era de carne, era de madera, como la comida de teatro.
-Sí, sí; pero no quiero oír hablar de migas de pan. .Jip necesita todos los días su chuleta de cordero a mediodía; si no se morirá.
Le ordené con mi voz más profunda que me trajera una chuleta de carnero con patatas, y que preguntara en las oficinas si no había alguna carta para Trotwood Copperfield.
Nunca atendía al subsuelo Aquiles. Debajo del pan, cualquier cosa; él de todos modos lo llamaría chuleta. Mascaba y tragaba distraído; si el bocado de estopa, o lo que fuese, oponía una resistencia heroica a convertirse en bolo alimenticio y no quería pasar del gaznate, a Zurita se le pasaba por la imaginación que estaba comiendo algo cuya finalidad no era la deglución ni la digestión; pero se resignaba.