Fui a besarle; pero ella se cubrió sus labios de cereza con las manos y dijo que ya no era una niña, y entró corriendo en la casa, riéndose más fuerte que nunca.
De pronto un delicadísimo perfume anunció su presencia; una puerta lateral se abrió y me encontré ante una mujer de rostro aniñado, liviana melenita encrespada junta a las mejillas y amplio escote. Un velludo batón color
cereza no alcanzaba a cubrir sus pequeñas chinelas blanco y oro.
Roberto Arlt
Era una especie de enanito, barrigudo, de redondeadas y menudísimas formas, vistiendo jubón de raso
cereza y pantalones bombachos, atavío semejante al de los músicos de alguna jazz band exótica.
Emilia Pardo Bazán
Su marido, que era hilandero, se enfureció con aquel torpe, y mientras ella se limpiaba con su pañuelo las manchas de su hermoso vestido de tafetán cereza, é1 murmuraba con tono desabrido las palabras de indemnización, gastos, reembolso.
El Señor, de rato en rato, metía la mano en la manga y llevaba a la boca una
cereza; y como quien no quiere la cosa, al descuido y con cuidado dejaba caer otra, que San Pedro sin hacerse el remolón se agachaba a recoger, engulléndosela en el acto.
Ricardo Palma
Después de arrodillarse frente a la cruz de los ahorcados (cruz que como curiosidad histórica se conserva hoy en uno de los salones de la Biblioteca Nacional) y recibir del franciscano, que lo auxiliaba para pasar el mal trago, la postrera bendición, quedó nuestro negrito entregado al jinete de gaznates, que estaba esa mañana más borracho que guinda en alcohol o
cereza Parrinello, y que, por ende, había descuidado ensebar la cuerda y ensayar la escurridiza o lazada.
Ricardo Palma
Súbitamente la cara redonda y carrilluda del noble panzón se ruborizó pálida, y luego se iluminó pastosa hasta un lustroso rojo cereza radiante.
Sea usted inflexible, como el Ruy Gómez del Hernani, y no se deje engatusar por las marullerías de unos labios de cereza y los guiños de unos ojos negros.
Me gusta alguna vez la buena copa de Oporto, y más que todo la cerveza, se entiende si es del norte de la Europa; Me gusta toda clase de impresiones, me gustan el durazno y la
cereza...
Ricardo Palma
En otra silla está la loza, mucha loza y muy fina, y en cada plato una fruta pintada: un plato tiene una
cereza, y otro un higo, y otro una uva: da en el plato ahora la luz, en el plato del higo, y se ven como chispas de estrella: ¿cómo habrá venido esta estrella a los platos?: «¡Es azúcar!» dice el pícaro padre: «¡Eso es, de seguro!»: dice la madre, «eso es que estuvieron las muñecas golosas comiéndose el azúcar».
José Martí
Pues, señor, es el caso que, Dios sabe cómo, el leño de mi cuento fue a parar cierto día al taller de un viejo carpintero, cuyo nombre era maestro Antonio, pero al cual llamaba todo el mundo maestro Cereza, porque la punta de su nariz, siempre colorada y reluciente, parecía una cereza madura.
¡No me des tan fuerte! ¡Figuraos cómo se quedaría el bueno de maestro Cereza! Sus ojos asustados recorrieron la estancia para ver de dónde podía salir aquella vocecita, y no vió a nadie.