Encendió una bujía, y colocando en torno de la luz una pantalla, se dirigió a la alcoba de puntillas; miró con precaución: Vigo descansa, el rostro vuelto a la pared, las ropas en desorden, caídas las almohadas, pero tranquilo, en apacible sueño: no osó García interrumpir su calma.
La vela de sebo ardía mal, chisporroteando, y la mujer creyó ver una viruta en la
bujía; el sebo formaba una punta y se curvaba, y aquello, creía la mujer, significaba que su hijito no tardaría en morir, pues la punta se volvía contra él.
Hans Christian Andersen
Y confundiendo en su mente sus amagos y alabanzas, ya en risueñas esperanzas, ya en inocente pavor, contemplándose al espejo con la luz de la bujía, así pensaba y decía Margarita en su interior: «¿Conque hay fiestas y banquetes, y nocturnos galanteos, y deliciosos paseos, de esta pared más allá?
Entre él y la bujía en un instante dos cuerpos a la par se interpusieron, que a poco en bambaleo vacilante a la par con estrépito cayeron.
Su mente infantil, curiosa, ansiaba el dulce momento; mas vago remordimiento la roía el corazón, y recostada en su lecho, sin apagar su bujía, luchaba, mas no podía con la loca tentación.
Mientras yo contigo esté, Paréceme, por mi fe, Que no va el mundo tan malo. Bebe, y levanta esos ojos A la luz de la bujía, Volvamos a nuestra orgía, Y...
Cubierto por una capa oscura y con una bujía en la mano, el Rey iba a arrodillarse al lado del sepulcro cada primer viernes del mes.
Entonces envolviéndola en su manto, su cabeza cubriendo con su toca, el dulce acento de su dulce boca dijo a la absorta Margarita así: «TE ACOGISTE AL HUIR BAJO MI AMPARO Y NO TE ABANDONÉ: VE TODAVÍA ANTE MI ALTAR ARDIENDO TU BUJÍA: YO OCUPÉ TU LUGAR, PIENSA TÚ EN MÍ.» Y a estas palabras retumbando el trueno, y rápido el relámpago brillando, del aire puro en el azul sereno se elevó la magnífica visión.
Parece que la real cédula confirmatoria cayó en manos de Monteagudo, y que el ministro la aproximó a la
bujía para encender con ella un cigarro.
Ricardo Palma
Menos tipo de héroe de novela, si cabe, era el de don Atilano
Bujía, tendero de ultramarinos establecido frente por frente al tugurio de Bonaret.
Emilia Pardo Bazán
Y esta náusea se convirtió en horror al salir la luna recogiendo su velo de nubes y distinguir claramente, en la enlazada pareja, las figuras y rostros de don Atilano
Bujía y la hermosa zapatera vecina de Clara, rubia como unas candelas y mujer de un marido joven y buen mozo.
Emilia Pardo Bazán
Cortóla preciosas flores, la hizo ramilletes bellos, puso escondidos en ellos aromas de grato olor; tendió a sus pies una alfombra, y en un farol que ponía conservaba una bujía con perenne resplandor.