El forastero, pensando que se trataba del cuadrumano de aquel nombre, miraba a todas partes con ávida curiosidad, en tanto reía a sus anchas el bonachón de don Silvestre, quien al cabo explicó a su amigo lo que aquella voz significaba.
Contaba diez y ocho años y hacía pinicos de escritor y de poeta. Mi sueño dorado era oír entre los aplausos de un público
bonachón los destemplados gritos «¡el autor!
Ricardo Palma
Todo lo mejorcito de la ciudad, damas y caballeros, estaba allí de veinticinco alfileres: Delante de las andas iba el gonfaloniero o alférez con el estandarte, y tras él un buey cubierto de flores y con las astas forradas en oro. El buey del año 1556 era el más
bonachón de la familia.
Ricardo Palma
-preguntó-; ¿juez de paz? -Para servir a ustedes -contestó don Pedro -con tono bonachón-. Dispensarán el traje; estoy de trilla, teniendo que hacer de maquinista, y ni tuve tiempo de irme a mudar.
-gritaban los enfermos, familiarizados con nuestro
bonachón émulo de San Juan de Dios, y él no se hacía esperar para aplicarle un clister al necesitado.
Ricardo Palma
considerar que a esta edad, los jóvenes fácilmente se pierden, y que es un bien para él, eso de pasar dos años al mar.» Y dejando el tono bonachón por el clarín del entusiasmo, agregó: «Volverá hecho un hombre, señora...
-Tu fealdad fue. -No, la casualidad; la casualidad y sólo la casualidad -repetía el bonachón de Juan, riendo como un tonto. Y de aquí y de su cantinela de que muchas de las cosas que en el mundo pasan son obra puramente de la casualidad y no de Dios ni de los hombres, procedía el apodo de Casualidades que todo el mundo le daba, sin que se incomodase por ello.
Es que a los bueyes, con su aire bonachón y sumiso, con su facha de gente formal y seria, incapaz de hacer una mala jugada a nadie, de repente les da la loca para mandarse mudar y volverse solos a la querencia, dejando plantadas las carretas, que ya se cansaron de arrastrar.
En todo, era anguloso y huesoso, menos en el genio; muy bonachón, capaz de soportar con alegre resignación los titeos más porfiados y las bromas menos delicadas, y de reírse el primero de ellas, con tantas más ganas cuanto menos las había entendido.
Vean ustedes cuán cierto es que las hijas de Eva hacen y deshacen reputaciones. El austero, el moralísimo y, si ustedes me permiten la palabra, el
bonachón de D.
Ricardo Palma
Algún chistoso del grupo, por tal motivo, le comenzó a decir que era de complexión excedente y las risotadas brotaban excediendo el respeto que merecía un chico tan bonachón como él.
Sus amigos lo abandonaron; no podían ya ir juntos por la calle; pero uno de ellos, que era un
bonachón, le envió un viejo cofre con este aviso: «¡Embala!».
Hans Christian Andersen