Brindo por la hora tristemente larga en la que la pena honda nos amarga, brindo por la pena, porque prende alas que nos llevan lejos de las horas malas. Brindo por la herida roja que el destino puso como
antorcha frente a mi camino.
Beatriz Eguía Muñoz
Al bello sol que adoro enjuta ya la ropa, nos daba una cabaña la cama de sus hojas. Esposo me llamaba, yo la llamaba esposa, parándose de envidia la celestial
antorcha.
Félix Lope de Vega y Carpio
Allí están también los perros puros, los de san Humberto el cazador, el de santo Domingo de Guzmán con su antorcha en la boca, el de san Roque, de quien decía un predicador señalando a su imagen: ¡Allí le tenéis a san Roque, con su perrito y todo!
Sólo el vuelo celeste de los folios que escribieron mis maestros de calvario labrarán el historial eterno del lumen espiral de los humanos y harán que la antorcha continúe su marcha de estafetas solidarias.
Son los corredores del Circo recordados por Lucrecio en un símil venturoso, los nuevos corredores, los que levantan la antorcha para seguir el camino, allí donde cayó de las manos de los ya agotados… Ellos no saben hasta dónde podrán adelantar, pero su voluntad siempre tensa les dice que no se detendrán hasta triunfar o hasta que los anule la muerte.
Maestro de tremenda majestad y sus discípulos, -maestros míos- escogidos por la pura gracia de sus virtudes, sálvalos entonces de la confusión horrenda -vértigo de los infiernos- y la fuente de amor que te derrama ampare a los que dieron su entereza por nosotros; los que fuimos niños con la antorcha al hombro buscando el esplendor de los caminos.
” Entretanto, el viejo jefe de Hatti envió un mensaje rindiendo homenaje a mi nombre como el de Ra, diciendo: “Eres Set, Baal en persona. Tu terror es una antorcha en la tierra de Hatti”.
Y apenas hubieron entrado las gitanas, cuando entre las demás resplandeció Preciosa como la luz de una
antorcha entre otras luces menores.
Miguel de Cervantes Saavedra
Los hombres son todavía máquinas de comer, y relicarios de preocupaciones. Es necesario hacer de cada hombre una antorcha. ¡Pues nada menos proponemos que la religión nueva y los sacerdotes nuevos!
A la antorcha de la libertad, que nosotros hemos presentado a la América como la guía y el objeto de nuestros conatos, han opuesto nuestros enemigos la hacha incendiaria de la discordia, de la devastación y el grande estímulo de la usurpación de los honores y de la fortuna a hombres envilecidos por el yugo de la servidumbre y embrutecidos por la doctrina de la superstición: ¿Cómo podría preponderar la simple teoría de la filosofía política sin otros apoyos que la verdad y la naturaleza, contra el vicio armado con el desenfreno de la licencia, sin más límites que su alcance y convertido de repente por un prestigio religioso en virtud política y en caridad cristiana?
Nada quedó en pie en medio de aquella devastación sin ejemplo; nada sino la antorcha del cristianismo, encendida siglos antes sobre el Calvario y que, lejos de extinguirse al soplo impuro de los bárbaros, como tampoco se había extinguido primero al de los Césares, fue derramando más y más su luz purísima, hasta que sus rayos inundaron todo el mundo conocido.
Una gran columna se alza hoy en día sobre el lugar, y de su cúspide siempre fluye una poderosa antorcha con una llama eléctrica, en conmemoración de aquel acontecimiento y como un testimonio para siempre del fin de la esclavitud del pergamino, que era más pesado que el cetro de los reyes.